El control de la pandemia: el único tema.

Cualquiera nos podemos contagiar, pero a sabiendas de las posiciones ambiguas de este científico renegado, y su comportamiento en las playas de Zipolite, a mí lo que me genera es la certeza de que quien nos debía llevar a puerto seguro en medio de la tormenta, cayó por covidiota.

Todos los días caemos redonditos en la estrategia del presidente Andrés Manuel López Obrador. Pocas personas creen todavía el cuento infantil de que las mañaneras son un ejercicio de comunicación circular, pues es el presidente jamás ha enfrentado una pregunta incómoda. Ni una sola. Hoy es claro que cuando surge algún tema que contradice la imagen de su gobierno, evade la pregunta, da clases de historia (de secundaria) o se lanza con todo contra los medios que considera conservadores, fifís, adversarios, o todo a la vez. De esta manera, hemos vivido ya once meses de confinamiento a causa de un manejo desastroso de la pandemia por COVID-19, sin que en ningún momento se haya podido siquiera considerar un cambio de estrategia.

Y este debería ser el tema principal de la agenda pública: la solución de la pandemia. El día de ayer llegamos a la cifra simbólica de 180 mil fallecidos, según las cifras oficiales. En julio del año pasado, con la misma soberbia con la que sigue enfrentando la tragedia, Hugo López Gatell (nuestro zar antipandemia… ¡nos alcanzó nuestra revolución de octubre!) anunció que el total de muertes esperadas por esta pandemia serían de 30 mil fallecidos, y en un escenario muy catastrófico, 60 mil muertes. Bueno, llegamos a 3 escenarios catastróficos, conscientes de que el subregistro nos proyecta a un número entre las 360 mil y 450 mil muertes. Una tragedia que sólo conocieron aquellos de nuestros viejos que vivieron la Revolución Mexicana, por allá de 1910.

Si desde el principio de la pandemia la estrategia del gobierno federal fue sentarse a esperar la «inmunidad de rebaño», culpando a los muertos de su trágica suerte, el día de hoy, después de tantas historias truncas, uno esperaría al menos un poco de empatía de parte de nuestras autoridades. El sábado pasado, el mismísimo López Gatell anunció estar contagiado de esta enfermedad. Como el presidente, su privilegio le permitirá supervisión, oxígeno, atención y hasta tratamientos experimentales. Suerte que no tienen la mayoría de los contagiados en este país. Cualquiera nos podemos contagiar, pero a sabiendas de las posiciones ambiguas de este científico renegado, y su comportamiento en las playas de Zipolite, a mí lo que me genera es la certeza de que quien nos debía llevar a puerto seguro en medio de la tormenta, cayó por covidiota.

El destino quiso que mi confinamiento por COVID estuviera completamente sincronizado con el del presidente de México. Cruel coincidencia. Una vez que fui dado de alta, experimento un estado de ánimo permanente: un temor profundo a contagiar a las personas con las que tengo contacto y, especialmente, a mi familia. He conseguido nuevos cubrebocas, y cuando voy al súper procuro usar el doble cubrebocas. Sí, por mi propia protección (no quiero ser un caso de recontagio), pero también para proteger a los demás. Mi cuarentena la viví solo en una casa prestada, y recuerdo la angustia que experimenté al recibir un encargo de medicamentos, ante la posibilidad de contagiar a un repartidor quien, seguramente, no tendría la misma facilidad que yo para dejar de ir al trabajo durante dos semanas. Por su parte, el presidente solo pudo exasperarse ante la pregunta de si iba a usar el cubrebocas. Para alguien que ha centrado su proyecto en sí mismo, la empatía es solo una palabra rimbombante. Una tragedia.

Y esto porque, aparejada al temor de perder la vida ante este cruel virus, está la profunda crisis económica en la que se encuentra todo el país, con la misma falta de empatía del presidente de la república. Mientras la mayor parte de los países dedicaron una parte considerable de sus presupuestos a apoyar a la población y cuidar los empleos, el presidente de México, con crueldad neroniana, se dedicó a ver el desplome económico del país, mientras nos cantaba canciones de corrupción, soberanía eléctrica y aeropuertos disfuncionales. Como mi repartidor de medicinas, la mayor parte de los mexicanos no pueden seguir encerrados sin arriesgarse a morir de hambre, literalmente.

Por esto, debemos dejar de caer en el juego del presidente, y regresarlo todos los días a una sola exigencia: una estrategia pública, viable y eficaz para disminuir el número de muertes y contagios en el país. De eso depende todo lo demás, pues la reactivación de la economía requiere de la posibilidad de regresar a escuelas y espacios de trabajo con seguridad, sin el temor permanente de ser parte de las trágicas estadísticas que se recitan en el pregón vespertina.

Ha iniciado, supuestamente, la etapa de la vacunación masiva. Exijamos, todos los días, la compra de vacunas y su aplicación de la manera más eficaz. Y cuando el presidente intente distraernos, regresemos a este tema fundamental. Y cuando el presidente nos dedique un «Ya chole», sigamos. El presidente, y su gobierno, está para atender las necesidades de los ciudadanos. No al revés.

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