Los pantalones cafés del presidente.

Iba en una ocasión el famoso capitán Barbaguinda, invicto pirata, terror de la corona española, mandamás del mar Caribe, la Laguna de Términos y Dos Bocas, Tabasco. A bordo de su veloz balandra “El liberal” surcaba el Golfo de México (el mar, no confundir con ninguno de sus hijos), en medio de una mañana luminosa de vientos favorables.

De repente, desde la cofa, escuchó clara la voz del vigía gritar: “¡Galeón español a estribor!” De inmediato, toda la tripulación lo miró con atención, esperando las órdenes.

Calmo como mediodía de verano, el capitán Barbaguinda desenfundó su elegante catalejo, para mirar detenidamente la embarcación que se les aproximaba.

-”¡Por Macuspana! Tenemos a estos conservadores casi encima. La batalla es inevitable, mis valientes piratas. ¡Todos a sus puestos! ¡Preparados para abordar! Grumete Marcelo: ¡tráigame mi camisa de seda roja!

-¡A sus órdenes, mi capitán! ¡Raudo y veloz!- y salió disparado al camarote del feroz corsario, para regresar en un suspiro con el avío que le habían encargado. -Aquí está, capitán: ¡Su camisa roja de seda!

-Muchas gracias, mi valeroso grumete. Ahora, ¡todos preparados! ¡Juntos haremos historia!- y dando un terrible alarido, los piratas iniciaron el ataque.

Un par de horas después, los piratas de Barbaguinda contabn su botín, y tiraban por la borda los cuerpos de los insensatos marinos españoles caídos en la sangrienta batalla. Después de poner grilletes a los sobrevivientes y hundir el galeón español, se dispusieron a seguir su travesía.

Al día siguiente, temprano por la mañana (a eso de las siete, según una arraigada costumbre), el bravo capitán Barbaguinda apareció en el puente de mando, dispuesto a continuar con la transformación que tenía en mente.

Una vez más, la voz del vigía fue escuchada en cubierta: “¡Fragata holandesa a babor!”

Nuevamente, el terrible pirata sacó su elegante catalejo, para determinar la naturaleza de la amenaza y el volumen del botín, en un solo rápido movimiento. 

-”Soy peje, pero no lagarto”-. (Barbaguinda era famoso, además, por sus agilidad mental y por un amplio repertorio de dichos populares. Además, nadie como él conocía las tabernas en todas las costas de norte y sudamérica). -”Estos canallas conservadores deben llevar riquezas de las Anitllas, pero seguro venderán cara la derrota. ¡Todos a sus puestos de combate! ¡Prepárense para abordar! Grumete Marcelo: ¡arráncate por mi camisa de seda roja!”-, gritó el azote de los consevadores.

Al poco tiempo, el eficaz grumete regresó con la camisa escarlata. Y una vez se hubo cambiado el rayo de esperanza, gritó con su bien templada voz: “¡Al ataque, mis valientes! ¡A derrotarlos moralmente!”. Nuevo aullido de guerra, nueva feroz batalla y nueva victoria pirata.

Mientras contaban las riquezas obtenidas (en la bitácora se registró que todo eran aportaciones voluntarias al movimiento, para que no se malinterpretaran las cosas), el grumete se acercó al capitán cara de sincera admiración.

-Disculpe, mi capitán- dijo Marcelo, en un murmullo.

-Habla, mi más leal sirviento…¡sirviente! Te escucho con atención.

-Quería preguntarle, capitán, por qué siempre que vamos a entrar en combate me pide que vaya por su camisa de seda roja. ¿Es acaso este avío un amuleto de la suerte, como esos detentes que siempre lleva en la bolsa?-, preguntó el correveydile del proscrito.

-Nada de eso, estimado Marcelo. En combate contra nuestros adversarios no hay lugar para supersticiones ni para abrazos. Pero sí para la comunicación social. La función de la camisa de seda roja es disimular cualquier herida que yo pudiera sufrir en combate, evitando así cualquier asomo de desánimo o temor entre mi tripulación. Así, seguros de mi imbatibilidad, mis valientes piratas arrasan con fifís, —- y machuchones.

-Eso es admirable, ¡oh, mesías tropical! Bajo su amparo seremos siempre victoriosos.

Este ejercicio de adulación y zalamería fue interrumpido por un nuevo grito del vigía: “¡Tres fragatas inglesas a babor!”

Después de la acostumbrada mirada a través de su elegante catalejo, el inefable capitán Barbaguinda se puso, en esta ocasión, bastante pálido, y de inmediato exclamó: “¡Marjelo! ¡Tráeme rápido mis pantalones cafés!”

Hasta aquí el chiste escatológico.

No pude evitar recordar este relato corrientón después de la forma en que el presidente ha perdido batallas durante los último días. Todo inició hace una semana, cuando el TRIFE sostuvo la decisión del INE de retirar las candidaturas a Félix Salgado Macedonio y Raúl Morón para las gubernaturas de Guerrero y Michoacán. Luego, al ratificar las reglas que el INE determinó para evitar, al final del proceso electoral, que haya una sobrerrepresentación tan grande y burda como la que se agenció la coalición del presidente toreando a la ley.

Luego, el INAI determinó presentar una controversia constitucional en contra del padrón de datos biométricos, que el gobierno de la autodenominada 4T quiere exigir a las compañías celulares, atentando contra el derecho a la protección de datos personales, reconocido por la mayor parte de los países.

Inmediatamente después, las encuestas que retratan los procesos electorales en los estados pintan un panorama bastante más difícil para Morena que el que se imaginaban hace apenas un par de semanas, perdiendo dramáticamente terreno en estados que, aparentemente tenía ganados, como Nuevo León, San Luis Potosí y ¡Campeche!

Y, por si esto fuera poco, todo el mundo contempló con horror el dramático desplome de un convoy de la línea 12 del metro de la Ciudad de México, construida y supuestamente cuidada por varios miembros destacados de su grupo más cercano, tales como Marcelo Ebrard (mire usted, ¡se llama igual que el grumete de la historia), Claudia Sheinbaum y Mario Delgado. Así continúa la semana horribilis de López Obrador.

Todavía hasta hace unas pocas semanas, el presidente parecía inmune a todos los ataques en su contra. Portador de una prodigiosa camisa de seda roja, lo que en otros gobiernos hubieran sido heridas profundas, para López Obrador fueron apenas unos rasguños leves. Así salió airoso de escándalos de corrupción en su familia, de las protestas feministas y hasta de las inundaciones en Tabasco.

Pero, de unos días para acá, el presidente se ve irritado, enojado, fuera de sus casillas. Pareciera que, finalmente, ha comenzado a perder el control del tablero. Lo mismo dentro de Morena, que ante la complicadísima realidad que enfrenta México, entre pandemia, violencia, narcotráfico y crisis económica. Cegado por la soberbia, determinó una larga lista de candidatos para gobernador y para diputado federal, haciendo oídos sordos a los militantes a nivel local, que hoy están dispuestos a darle la espalda ante lo que consideran una traición del movimiento.

Ayer mismo sucedió lo impensable. Durante más de dos años, el presidente López Obrador ha injuriado, impunemente, la labor de la prensa. Denostando a quien le critica, y prestándose a la ópera bufa que es la mañanera, rodéandose de lambiscones que le tiran pelotitas a modo, como en su lamentable último video beisbolero. Pero ayer, cuando le espetó a un reportero de “Reforma” que su diario había sido fundado durante el salinismo, éste le respondió que Morena había sido fundado durante el peñato, y que eso no significaba nada. Todos nos quedamos haciendo el gesto de deleite que sigue al momento en que alguien, por fin, desafía y exhibe al bully del salón.

En mala hora cambió la marea para el presidente. A menos de un mes para las elecciones está perdiendo el halo de invencibilidad del que se revistió después de su triunfo contundente del 2018. Los enanos le empiezan a crecer, y a retarlo delante de todos, en sus propios terrenos. Y, como siempre sucede, le han empezado a ganar partidas. López Obrador es un viejo lobo de mar, como el buen capitán Barbaguinda, y no se cuece al primer hervor. Una derrota en las elecciones intermedias generarán una radicalización en el político que jamás ha reconocido una derrota. ¡Vaya! ¡Jamás ha reconocido un error! 

Y, cada vez que su miedo a perder se disfraza de enojo, está invitando a que los retadores le ataquen más fuerte. Alguien debería correr por los pantalones cafés del presidente.

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