¿Como amigo o como esclavo?

tienditaDe tanto en tanto, me viene a la memoria esta anécdota, aunque he olvidado los nombres de sus protagonistas, todos ellos compañeros míos de la primaria. Ilustra con claridad la necesidad (¿obligación?) que tenemos como ciudadanos de oponernos a cualquier forma de explotación. Va, más o menos, así.

Como suele suceder en los grupos de niños, desde tiempos inmemoriales, siempre hay algún gandallita (hoy les dicen «bullies») que impone su ley por la fuerza. En aquel entonces, si mal no recuerdo, el tirano en turno era un chiquillo algo esmirriado, pero que a sus 8 añitos había aprendido todo el vocabulario necesario para dialogar de tú a tú con los albañiles que reparaban una casa que estaba frente a la escuela. Su florido lenguaje le había granjeado amistad y favores de los grandotes del salón. Probablemente se deba a mi mente impresionable de niño, pero según recuerdo, uno de los guaruras del niño bocón se disfrazó un día, años después, de su mamá. Y el profesor cayó en la trampa.

Total, que este séquito de rijosos había establecido cierta rutina de beneficio común durante el recreo. Entendiendo por «bien común» el hecho de que ellos se dedicaban a jugar «cascaritas» en el patio chico del colegio, mientras pedían amablemente a algún malhadado chico, ajeno a su círculo, ir a hacer la interminable fila de la tiendita, para comprarles sus Triki-trakes. A los matones, se entiende.

Así las cosas, en cierta ocasión me tocó presenciar el momento en que el niño-carretonero le decía a un compañero:

– ¡Oye, Fulanito! ¡Ve a la tiendita y tráeme unos chicharrones con frijoles, crema y un chorro de salsa «Tata Vasco»! – (Nuestra tiendita era gourmet).

El otro chico, harto de la injusticia en el mundo, a pesar de su inexperiencia en temas relacionados con el marxismo o la doctrina social de la iglesia, respondió envalentonado, sacudiendo el dedo índice de su mano derecha frente a la nariz del otro:

– ¡¿Como amigo, o como esclavo?! ¡¿Como amigo o como esclavo?!- denunciando tácitamente la actitud despótica del pequeño hocicón.

– Como amigo, ¡cómo crees!- respondió el otro, haciendo un gesto vehemente con su cabeza.

– Ah, bueno- y salió brincando como lebrel hacia la tiendita, donde se gastó el resto del recreo haciendo fila para comprar, con sus propio dinero, el manjar-chatarra solicitado.

Pero lo hizo con su dignidad intacta.

Estamos en elecciones. No sé por qué me acordé nuevamente de esta anécdota.