¿Dónde queda Cocula?

peluches

¿Quién quisieras que estuviera contigo, viviendo este, el partido de tu vida?

Respondo a una inesperada invitación planteada por el supervisor de la zona escolar en la que se encuentra el colegio donde trabajo. Inesperada, porque esas reuniones tienden a convertirse en una extraña mezcla de catarsis de directivos con lectura de diapositivas dirigidas, por lo general, a otra persona. La invitación fue esta: compañeros y compañeras, ¿quién nos quiere compartir cuál ha sido su mayor éxito profesional? Para un maestro de los de antes, curtido en las formas y costumbres de las escuelas rurales y las periferias, su insitencia en compartir recuerdos emotivos fue notable. Como es esperable en grupos de gente que se ha acostumbrado a hacerse llevaderas las juntas, pero que en realidad se conoce poco entre sí, el silencio duró varios minutos.

Mientras algunos colegas compartían tímidamente algún recuerdo entrañable, me encontré haciendo un extenso recuento de mis muchos fracasos, desobedeciendo en mi fuero interno la invitación del inspector. Tal vez se deba a que en este momento de mi vida, creo, me definen más las luchas por levantarme de mis caídas, que una inexistente concatenación de éxitos rutilantes. Pero a la par que nuestra autoridad educativa trataba de hacernos compartir en público, me vino a la mente el recuerdo diáfano de una de las historias que me genera esa íntima y profunda satisfacción de haber conseguido algo realmente importante.

La he relatado a muchas personas, y la he esbozado por escrito en otros lugares. Pero, en esta ocasión, quiero escribirla tal como la recuerdo, para las personas que la vivieron conmigo. Y, también, para que la conozcan mis hijas pequeñas. Este es el relato de aquella historia maravillosa.

Comienza en agosto de 1997, año en el que concluí la licenciatura en Ciencias de la Educación, en Monterrey. Yo era un joven marista que acababa de ser enviado a trabajar como maestro de 6° de primaria a la población de Cocula, Jalisco. Llegaba con muchos duelos, pues había dejado la Sultana en medio de una profunda confusión de ideales, compromisos utópicos, apegos y amores estrellados en un callejón sin salida. Después del vértigo regiomontano, Cocula me parecía un sitio extraño y, tal vez, demasiado pequeño.

Sin embargo, la cura para mis males llegó pronto de la mano de un ambiente propicio para el goce de las cosas sencillas de la vida. Una vez que aprendí a lidiar con salones de clase de 50 chamacos durante 6 horas diarias, empecé a tener tiempo para todo, especialmente para jugar al volibol la mitad de la semana. Lo había practicado un poco durante la prepa, bajo el yugo de los temibles hermanos Santillán, (Rafa y Luis, reconocidos por su genio volátil, como la nitroglicerina, pero también por su gran capacidad para adoptar postes de luz y convertirlos en campeones).

Con ese entrenamiento básico (siempre fui pambolero de corazón) me alcanzó para jugar decentemente en una especie de circuito amateur, que convocaba lo mismo a un par de los mejores jugadores de toda la región Valles, que a una variopinta comunidad de señoras, chavales y niñas apasionados por el juego. A pelotazos me hice de varias de las más entrañables amistades que conservo de aquella época. Cocula se convirtió para mí en el mejor lugar para vivir, y el volibol en la mejor medicina para curar miedos y tristezas.

Un par de años después, Ernesto, mi superior y director, se acercó para decirme:

-Oye Pepe, yo creo que vamos a buscar la manera de hacer un equipo de voli con las niñas de la secundaria, para llevarlas a competir al CODEMAR. Pienso que sí pueden hacer un buen papel- me dijo, con esa cara de prócer que adoptaba cuando se trataba de defender a su pueblo natal.

Entendí que, para él, el asunto tenía que ver con la reivindicación de un colegio y una ciudad que solían estar siempre en el segundo plano de las provincias maristas, pobladas en su mayoría por colegios para las clases medias altas y altas de las grandes ciudades. Adiviné que él confiaba en tener un as bajo la manga, y que pretendía hacerlo valer.

-¿Tú crees que sí podemos hacer un buen papel?- me preguntó honestamente.

-Yo creo que sí- respondí de inmediato, más impulsado por el orgullo que por un verdadero conocimiento de causa, -tienes un par de chicas que juegan desde hace varios años con los chavos de la prepa, seguro que no se arrugan en un torneo real.

-Bueno, porque tenemos que sacar dinero para las inscripciones de las niñas y el pago del hotel para nosotros.

-¿Nosotros?- pregunté sorprendido, consciente de que el torneo era para secundarias, y yo trabajaba en la primaria.

-Sí, quiero que vayas para que le ayudes al Checo, porque luego se le van las cabras pa’l monte y les grita mucho a las niñas y a los árbitros.

-Ya, como una especie de asistente.

-Ey, algo así. Ya el “Tostón” nos prometió regalarnos pollos para que mi hermana los prepare en birria, y que las niñas nos ayuden a venderlos. Así sacamos para los gastos.

De esta manera, después de una comida común y corriente, decidimos llevar un equipo de volibol a competir contra chicas de la Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey, Aguascalientes, Tijuana y otras muchas ciudades importantes de la república.

Vendimos muchos pollos. Demasiados. El pueblo se hartó de comer birria de pollo los domingos. Pero sacamos el dinero que hacía falta, fuimos a San Luis Potosí, y nuestras chicas fueron campeonas del torneo, derrotando al equipo de Sahuayo en la final. Ernesto regresó orgulloso a su pueblo, y terminó su periodo como director del Colegio Hidalgo. Yo no hice la gran cosa en mi papel de asistente, sino llevar las botellas de agua y cargar el costal de los balones. Pero, a diferencia de Ernesto, yo tuve la suerte de permanecer en Cocula todavía otro año más. Y eso me hacía muy feliz.

salón

Nuestro salón, las chicas, el pizarrón…

-Pepión, ¡por supuesto que vamos a ir a Tijuana! ¡Tenemos que defender nuestro campeonato!- me dijo Raúl, flamante nuevo director del colegio, quien, además, había sido mi compañero y amigo durante los años de estudio en Monterrey.

-Pero, ¿quién va a entrenarlas, ahora que se fue Sergio?- respondí dubitativo, muy consciente de que cuando el jefe tenía una idea, no quedaba más alternativa que hacerla realidad.

-Pos´ tú. Todas fueron tus alumnas. Ya te conocen, ya las conoces, y te sabes lo que hacía Sergio en los entrenamientos. Además, el “Tostón” ya prometió regalarnos unos pollos para hacerlos en birria, y que las niñas se pongan a vender, y así sacar para el pasaje a Tijuana- dijo en tono triunfal.

– Pero esa estrategia de los pollos…- intenté debatir sin éxito.

-Ya está, entonces. Nos vamos a Tijuana- cerró el diálogo con esa manera tan suya de dar órdenes sutiles.

Vendimos muchos pollos. Demasiados. El pueblo se hartó de comer birria de pollo los domingos. Pero sacamos el dinero que hacía falta, y nos fuimos a Tijuana para defender el primer lugar del año anterior. Yo seguía cargando las aguas y el costal de los balones. Pero ahora era el entrenador, no tenía ningún asistente, y la responsabilidad de repetir el campeonato me mataba de miedo.

-Profe Pepe, estaba viendo nuestros horarios de juego en aquella cartelera, y unas señoras de sabe dónde serán… ¿qué cree que dijeron?

-¿Qué dijeron, “Chapis”?- así le decíamos todos a Alejandra.

-Pos que dónde queda Cocula, ¿cómo ve?- dijo con una cara de consternación inusual en ella.

-No les hagas caso, Chapis. Ya verás que lo averiguan después del primer juego- le respondí. Pero, al mismo tiempo, sentí cómo se me resecaba la garganta. Ella levantó la cabeza y se fue a buscar a sus amigas, aparentemente satisfecha con mi respuesta.

La tarde anterior al juego por el primer lugar, definitivamente, muchas señoras copetudas ya habían tenido tiempo de averiguar dónde quedaba Cocula, después de que aquellas niñas valientes hubieran despachado en dos sets a los equipos de sus hijas.

Reconociendo mis infinitas limitaciones como entrenador de volibol, había diseñado un esquema de juego simple, metódico, pero muy efectivo por la forma en que aprovechaba las fortalezas de nuestro equipo. Violeta y Yéssica jugaban en posiciones cruzadas, con la primera iniciando en el saque, para ganar pronto una ventaja importante de puntos sin respuesta ni desgaste (Violeta servía bazucazos que sacaban moretones en los brazos a las fildeadoras contrarias). A partir de esa formación básica, nuestra táctica era totalmente predecible: líbero a acomodadora quien, en caso de estar cómoda, pone bola metro a la rematadora menos cubierta. Una y otra vez, con gran destreza técnica y con una buena lectura del juego, cultivadas a lo largo de decenas de tardes soleadas en el patio del colegio.

Enfrentaríamos al día siguiente al equipo de Tepic, dirigido por una extrovertidísima cubana, que tendía a gritar a sus jugadoras cuando erraban un movimiento. Habíamos jugado contra ellas unas tres veces antes del torneo, así que nos conocíamos bien mutuamente. Tenían una chica que ya participaba en olimpiadas nacionales. Pero, aunque su técnica hacía recordar a una bailarina de ballet, su efectividad en los remates era inferior a la de mis muchachas. Yo calculaba que si ganábamos 7 de los primeros 10 puntos en disputa, nos íbamos a ir como hebra de media hacia el bicampeonato.

Pero también estaba muy consciente de nuestra debilidad, que se había asomado tímidamente en uno de los primeros juegos del torneo. La venta de pollos en birria había alcanzado para pagar, sin problemas, el vuelo de todas las jugadoras, pero para nada más. Así que mis muchachitas no contaban con una porra de papás y familiares, como sí tenían el resto de los equipos. Solo nos acompañaban las mamás de Violeta y las hermanas Barba, Irma y Ale “la Chapis”. Así que cuando teníamos una seguidilla de puntos en contra, la presión solía minar la confianza de mis jugadoras, y sin la porra dándo ánimo, era difícil revertir el momento. Los nervios de una final podían acabar con el temple de la mitad de mi equipo, que no había tenido la experiencia del torneo anterior. Descubrí el antídoto justo en uno de esos momentos de presión.

Irma era nuestra acomodadora designada, pero tenía problemas con su fildeo defensivo. No recuerdo contra quién jugábamos. En una rotación en la que ella estaba atrás, le tocó enfrentar a una chica con un servicio fuerte y preciso. Su alcance coincidía exactamente con la posición de Irma, quien falló el primer fildeo. Y luego uno más, y luego otro par. Yo trataba de mantener la calma, pero la distancia que habíamos ganado al arranque del juego se nos esfumaba demasiado rápido. No quería cambiarla, para no generarle una percepción negativa de sí misma. Pero justo cuando pensé que esto era inevitable, vi cómo la muchacha buscaba, con una mirada angustiada, a su mamá, que estaba justo detrás de mí, sentada en la tribuna.

-¿Estás nerviosa, verdad?- murmuró la señora, de manera tan sutil, que yo apenas la escuché. Irma asintió con la cabeza, apretó la mandíbula, y se preparó para el siguiente servicio. Dobló sus rodillas, recibió el saque con sus brazos, y la pelota describió una elegante parábola que Yéssica remató al segundo golpe, metiendo un disparo violento a la esquina descubierta. Fin del problema.

No podía hacer que todas las mamás de mis jugadoras volaran desde Guadalajara hasta Tijuana para ayudar a sus hijas a lidiar con la presión del juego. Pero sí podía cruzar la frontera, hacia San Diego, para buscar algo que funcionara como talismán, y que hiciera patente a mis jugadoras, durante el partido, que sus familias estarían apoyándolas, tal como la mamá de Irma lo había hecho con su hija. En una tienda de chinos encontré unos peluchitos de a dólar, que se ajustaban perfectamente a mi reducido presupuesto.

-Esto bastará- pensé, sonriendo para mis adentros.

La charla previa a la final fue exclusivamente motivacional. En el pizarrón del salón que se nos había asignado como vestidor había estado dibujando una escalera con las victorias que nos habían llevado hasta ese momento. Comencé pidiéndoles que cerraran sus ojos, y pensaran en las personas que habían hecho posible que hicieran el viaje a Tijuana para jugar al volibol, muchas de ellas todavía tomando omeprazol por el exceso de birria de pollo. Luego, les pedí que imaginaran una persona que quisieran que estuviera en las tribunas, acompañándolas en ese día tan relevante, tal vez el más importante de sus cortas vidas. Finalmente, les pedí que anotaran en el pizarrón un mensaje para esa persona, mientras sonaba en la grabadora música motivacional. Creo que era mariachi.

Cuando el pizarrón se llenó de mensajes emotivos, reuní a las chicas en el centro del salón, y entregué un peluchito a cada una de ellas.

-Pon dentro de este muñeco todo tu deseo, todo tu cariño, todo el agradecimiento que sientes por esa persona. Así, estará presente, físicamente, contigo en la tribuna- les dije, llorando junto con ellas. Nos prometimos disfrutar ese juego como nunca habíamos disfrutado otro partido de volibol. Nuestro juego, nuestro tiempo compartido durante tantas tardes, nuestros pollos en birria, nuestro pueblo y sus fiestas llenas de cohetes y castillos, nuestro orgullo de representar a la cuna del mariachi, aunque mucha gente no supiera en qué estado de la república quedaba, era lo que le daba sentido al partido por iniciar. Nuestro volibol era, en todo caso, mucho más que un trofeo que pudiéramos ganar o perder, pues nadie nos lo podía quitar ya. Pero eso mismo hizo que deseáramos con todas nuestras fuerzas compartir ese anhelado premio con quienes nos esperaban, de regreso, en casa. Las niñas salieron felices hacia la cancha.

Conforme el torneo avanzaba, la sencillez de las chicas de blanco (ese era el color de nuestro uniforme) había cautivado a la tribuna tijuanense, más experta en deportes distintos al futbol que la del resto del país. De modo que para la final, único partido de voli programado en el gimnasio del Instituto México, la tribuna estaba sorprendentemente llena. Y más de la mitad nos apoyaba.

-Profe, ¡estoy mala del estómago!- me dijo Celina, unos momentos antes de terminar el calentamiento.

-¿Quieres que ponga a otra persona en tu lugar?

-¡No´mbre! ¡Ni loca! No me pierdo este juego por nada del mundo- y remató su frase con una descripción escatológica de lo que estaba dispuesta a que pasara con tal de no dejar la cancha, muy propia del habla coloquial coculense. En ese momento supe que mi motivación había surtido efecto.

Mientras mis jugadoras se preparaban para el juego, la gente en las tribunas se preguntaba por qué había una fila de muñecos de peluche en nuestra banca. Más de alguno atribuyó a la cábala lo que hacíamos por amor. Y cuando el árbitro sonó el silbato para iniciar el partido, Paola, Yéssica, Ana Laura, Karla, Ale, Claudia, Conchita, Irma, Celi y Violeta entraron de la mano a la cancha, como cada partido, pero con una sonrisa que hablaba de gozo, orgullo, certeza, amistad y unidad. No había forma de perder aquel juego ahora que habían descubierto que ganarlo no era lo más importante en sus vidas.

entrada

Paola, Jéssica, Ana Laura, Karla, Ale, Claudia, Conchita, Irma, Celi y Violeta entraron, como siempre, de la mano…

Ganamos, holgadamente, en dos sets. Cuando Irma marcó el punto del campeonato sentí que una presión enorme se me escapaba del pecho, a través de los poros de la piel. A lo largo de aquel trayecto había descubierto que me interesaba menos el lustre de ser un entrenador ganador que la felicidad de mis alumnas. Ellas habían iniciado esa aventura con la obligación de defender un trofeo de latón ganado por un equipo diferente, un año antes. Regresaron con el orgullo de representar a sus familias, haber sido fieles a sí mismas, y de descubrir el sentido de aquel y todos los esfuerzos: vivimos, estudiamos, trabajamos y jugamos porque somos muy amados. Y ellas, a su vez, amaban a muchas personas de regreso. Cuando bajaron del avión, Violeta cargaba el trofeo de primer lugar. Pero todas llevaban un muñeco de peluche apretado, con fuerza, contra su pecho.

Y… ¿dónde queda Cocula?

Cocula, señoras, estuvo con estas niñas todo el tiempo.

¿Como amigo o como esclavo?

tienditaDe tanto en tanto, me viene a la memoria esta anécdota, aunque he olvidado los nombres de sus protagonistas, todos ellos compañeros míos de la primaria. Ilustra con claridad la necesidad (¿obligación?) que tenemos como ciudadanos de oponernos a cualquier forma de explotación. Va, más o menos, así.

Como suele suceder en los grupos de niños, desde tiempos inmemoriales, siempre hay algún gandallita (hoy les dicen «bullies») que impone su ley por la fuerza. En aquel entonces, si mal no recuerdo, el tirano en turno era un chiquillo algo esmirriado, pero que a sus 8 añitos había aprendido todo el vocabulario necesario para dialogar de tú a tú con los albañiles que reparaban una casa que estaba frente a la escuela. Su florido lenguaje le había granjeado amistad y favores de los grandotes del salón. Probablemente se deba a mi mente impresionable de niño, pero según recuerdo, uno de los guaruras del niño bocón se disfrazó un día, años después, de su mamá. Y el profesor cayó en la trampa.

Total, que este séquito de rijosos había establecido cierta rutina de beneficio común durante el recreo. Entendiendo por «bien común» el hecho de que ellos se dedicaban a jugar «cascaritas» en el patio chico del colegio, mientras pedían amablemente a algún malhadado chico, ajeno a su círculo, ir a hacer la interminable fila de la tiendita, para comprarles sus Triki-trakes. A los matones, se entiende.

Así las cosas, en cierta ocasión me tocó presenciar el momento en que el niño-carretonero le decía a un compañero:

– ¡Oye, Fulanito! ¡Ve a la tiendita y tráeme unos chicharrones con frijoles, crema y un chorro de salsa «Tata Vasco»! – (Nuestra tiendita era gourmet).

El otro chico, harto de la injusticia en el mundo, a pesar de su inexperiencia en temas relacionados con el marxismo o la doctrina social de la iglesia, respondió envalentonado, sacudiendo el dedo índice de su mano derecha frente a la nariz del otro:

– ¡¿Como amigo, o como esclavo?! ¡¿Como amigo o como esclavo?!- denunciando tácitamente la actitud despótica del pequeño hocicón.

– Como amigo, ¡cómo crees!- respondió el otro, haciendo un gesto vehemente con su cabeza.

– Ah, bueno- y salió brincando como lebrel hacia la tiendita, donde se gastó el resto del recreo haciendo fila para comprar, con sus propio dinero, el manjar-chatarra solicitado.

Pero lo hizo con su dignidad intacta.

Estamos en elecciones. No sé por qué me acordé nuevamente de esta anécdota.

 

¿Quieres conocer una escuela? Revisa sus baños.

La herramienta de mapas de Google ahora te ayudará a encontrar baños limpios en tu ciudad
Foto: larepublica.pe

La idea, por supuesto, no es mía. Es del hermano lasallista Felipe Pérez Gavilán, de quien tuve el honor de ser alumno durante mis estudios en la licenciatura en Ciencias de la Educación, en la ciudad de Monterrey. En aquellos entonces, mi comprensión de la afirmación era tan limitada como mi experiencia real en el campo educativo, y durante muchos años representó para mí un aforismo ingenioso que describía la capacidad de la escuela para que sus conserjes tuvieran baños relucientes como prioridad.

Empecé a comprenderlo mejor unos cuantos días después de convertirme en director de una escuela secundaria. Los baños estaban justo al lado de mi oficina, por lo que tenía muchas oportunidades para visitarlos durante el día. Así, casi de inmediato, descubrí que entre mis alumnos había algunos artistas plásticos en potencia que, junto con el sector de la acción poética de la secu, buscaban desarrollar su arte en los mosaicos y puertas de los baños. Todo a un nivel entre vulgar y rupestre, pero definitivamente con futuro en el mundo del arte y la comunicación.

Sin embargo, era mi obligación recordarles pautas reglamentarias tanto como orientarlos hacia el uso de lienzos más dignos. Como todo educador sabe, la mejor manera de extinguir una conducta inadecuada es conseguir que el o los responsables experimenten una consecuencia inmediata, relacionada directamente con la naturaleza y gravedad de la falta. Es decir, si algún chamaco trae un chicle en clase, lo más sensato es pedirle, con firmeza pero sin aspavientos que, tire su chicle a la basura, envuelto en algún papelito. Y nunca jamás un chicle debería ser causa de una suspensión, por ejemplo. Con esta consigna en la cabeza, me di a la tarea de visitar salones para explicarles lo importante que era mantener los baños y el resto del edificio en buenas condiciones en beneficio de todos, y que si alguien reconocía haber escrito consignas revolucionarias en las paredes del baño, agradecería mucho me visitara en la dirección.

Por supuesto, nadie me visitó con ese propósito en la oficina. Y, claro está, siguieron apareciendo dibujos de partes muy específicas de la anatomía masculina, seguramente motivo de mucho interés para algunos de mis alumnos en el despertar de su adolescencia. Así que decidí complementar mi estrategia pidiéndole a la señora encargada de la limpieza de los baños que antes de limpiar dibujos y rayones, me avisara, para estar al pendiente. Dibujos y rayones continuaron apareciendo, haciéndome evidente que la famosa estrategia del aeropuerto era insuficiente para controlar adolescentes apasionados por la vertiente anónima y grotesca de la comunicación.

Resultado de imagen para cerrado por mantenimientoAsí que se me vino a la mente una estrategia más atrevida. Imprimí un cartelito, lo enmiqué, y al momento en que la señora de la limpieza me reportó la aparición de una nueva obra de arte que haría sonrojarse al mismísimo Marqués de Sade, cerré la puerta del baño con llave y colgué de la puerta el cartelito de marras, que decía: «Cerrado por vandalismo. Disculpa las molestias que esto te ocasione.» Indiqué a mi aliada en la cruzada por los baños pulcros que limpiara, como antes, el ingenioso grabado, pero que mantuviera los baños cerrados hasta el día siguiente.

Reconozco que la medida hacía que pagaran justos por pecadores. Todos los chicos que recibían el llamado a colaborar con el ciclo del agua en el planeta tenían que bajar dos pisos para ir a los baños del patio de recreos. Ahora sí recibí visitas múltiples relacionadas con el tema. Ninguna para decir «yo soy el que busca señor, director; no castigue a los demás por mi culpa». Al principio eran chamacos que me preguntaban por qué cerraba, y si ya sabía quién había rayado los baños. Salían con una sonrisa pícara de mi oficina cuando recibían en mi respuesta la confirmación de que el artista, de quien ellos conocían identidad, salón, escritorio exacto y gustos personales, aún no había sido identificado.

Conforme la medida se repetía, las sonrisas se fueron transformando en fastidio, y en reclamos (pienso que justificados) del por qué debían pagar todos por la falta de uno. A lo que yo respondía que también era derecho de todos disfrutar de baños funcionales y limpios, así como era derecho de la señora del limpieza concretarse al trabajo ordinario en los baños, y no perder tiempo removiendo marcadores indelebles. Haciendo uso de  mi autoridad me sostuve en la medida.

Unas cuantas semanas después, y de manera casi imperceptible para todos en la secu, dejaron de aparecer las pintas en los baños y, por ende, permanecieron abiertos para todos los estudiantes. Aunque conseguí tener sospechas bien fundadas acerca de la identidad del publicista de water, jamás tuve la evidencia suficiente como para imponerle la sanción reglamentaria. Sin embargo, supe que sus compañeros, al principio divertidos por mi infructuosa cacería, terminaron por censurarlo y exigirle dejar de causar el perjuicio molesto que tenían que padecer cada que aparecía el cartelito de «cerrado por vandalismo».

A partir de ese momento, y durante unos 8 años, fue relativamente sencillo mantener los baños de la secundaria con los muros limpios y libres de graffiti.

Esta experiencia me vino a la mente al visitar hoy los baños de otra institución educativa. Y si bien no hay graffitis ni groserías en los mosaicos del baño, me resultó evidente el descuido y la falta de limpieza. Recordé al hermano Felipe y su aforismo. Una escuela se conoce por sus baños porque estos permiten evaluar el impacto de muchos de los esfuerzos educativos de aquélla.

Los baños reflejan la forma en que cada uno de sus usuarios se considera parte de una comunidad. Hablan de la forma en que cada individuo considera el derecho del otro a un espacio limpio y agradable. Habla del trato que hay entre estudiantes y maestros, del clima escolar en general. Demuestran la capacidad de una institución educativa para formar sujetos autorregulados, al ser un espacio íntimo que escapa, por necesidad, del toda supervisión. Y hablan también del impacto de tareas formativas como el autocuidado, higiene, cultura sustentable, etc. Y, cuando los baños están rayados, también hablan del éxito de esa escuela en la enseñanza de la ortografía.

Así que si usted está buscando escuela para sus hijos, no olvide echarle un ojo a los baños. Y si usted trabaja en una escuela, échele un ojo a conciencia para identificar esos retos cotidianos que hacen tan entrañable el trabajo educativo.

Plaza Valladolid

La imagen puede contener: cielo y exteriorUno de los rincones más bonitos de mi ciudad natal, Morelia, es la Plaza Valladolid, famosa por el templo y convento de San Francisco, que son sus construcciones más antiguas, y por su inmensa fuente inaugurada en 1968. Rodeada por una gran variedad de comercios de distinta naturaleza, es uno de los espacios favoritos de los morelianos para compras y recreación. En la esquina de Bartolomé de las Casas y Fray Juan de San Miguel se ubica la matriz de Café Europa, que perfuma toda la plaza con aromas delirantes a granos de Uruapan, Chiapas o Veracruz durante las tardes lluviosas de julio. Un rincón entrañable por sus propios méritos.

Por esta razón, durante los años de mi infancia, mis papás solían llevarnos a la zona a comprar ropa en Makali, y zapatos en Pavel III. Mis recuerdos de varios inicios de cursos están llenos de visitas a la Plaza Valladolid, con mi papá refunfuñando por los problemas de estacionamiento que ya aquejaban a Morelia en los lejanos setentas. Como muchos niños de la época, mi papel y el de mis hermanos era convertirnos en plantilla de tallas y tamaños para que mis papás escogieran la ropa a estrenar. Aquí viene a cuento confesar que es mentira que todo mi ajuar infantil fuera construido a base de “gallitos” heredados de mi hermano Carlos. De vez en cuando estrené pantalones crema del uniforme del Valla y zapatitos escolares con suela de hule que, además, borraban los errores a lápiz en los cuadernos.

En aquella ocasión habíamos ido a atender cualquier necesidad, probablemente comprar zapatos para alguien. No guardo ningún recuerdo de aquel día, salvo el del caballito que funcionaba con moneditas de 20 centavos, que estaba fuera de la zapatería: sus colores rojo-amarillo-negro-blanco, imposibles para cualquier caballo real, siguen trotando de manera uniforme en las habitaciones más antiguas de la morada de mis memorias. Pero el relato de lo que aquel día ocurrió está grabado en mi mente y mis afectos a fuerza de risueñas repeticiones, pues tanto a mi madre como a mi abuela les encantaba relatarlo. No guardo ningún recuerdo de aquel día.

Resulta que mientras mi padre concluía alguna diligencia misteriosa, mi mamá hacía tiempo con sus dos chilpayates menores en el caballito de marras. Es decir, con Carlos, mi hermano, y conmigo, que a la sazón tendríamos, a lo mucho, entre dos y cuatro años de edad. Acompañada de mi abuela, mi mamá lidiaba con dos chiquillos inquietos y demandantes, que se llevaban apenas un año y medio de edad. Así que me subió primero a montar, y una vez que se me acabó el veinte, me bajó del metálico cuaco para que se subiera mi hermano mayor, para disfrutar del galope en una pradera imaginaria.

Aquí donde me leen, pues tengo mi carácter, y con tan pocos años tenía prácticamente ningún interés en disimular virtudes o guardar las apariencias. Así que, como buen niño, saqué lo mejor de mi repertorio de berrinches para expresar mi total desacuerdo con esa idea comunista que hace a las mamás promover justicia y equidad entre sus hijos. Buscando ayudar, mi abuelita me tomó de la mano y cruzó la calle conmigo, hasta la plaza. Una vez ahí, decidí escalar la presión mediática y me zafé de la mano de mi abue, para empezar una marcha de protesta que ya hubieran querido los profesores de la CNTE. Cuenta la leyenda que mis fúricos berridos siguen retumbando en los túneles de la antigua Valladolid.

Así, lágrima al cachete generoso y voz en cuello, caminé unos cuantos pasos hacia el centro de la plaza hasta que, como lo marcaba ni naturaleza pueril, fue más fuerte el instinto de supervivencia que la vocación vaquera, que nunca prosperó en mí. Me cuentan, pues, que un segundo después me había percatado que los caminos de la vida no eran como yo creía, y que seguir los pasos de la furia me habían dejado solo en medio de una plaza que para un niño como yo parecería inmensa, sola y fría, como la estepa siberiana. Lo único que atiné hacer fue cambiar el tono del llanto: del orgullo herido al susto total. Así, emprendí una nueva marcha, pero esta vez de temor y desconsuelo, gritando con fuerza: “¡Bucano mamáaaaa! (traducción: ¡Buscando a mamáaaaa!). El relato termina con mi abuela, quien siempre estuvo un paso detrás de mí, abrazándome para llevarme de regreso donde mi mamá y mi hermano. Del berrinche, al susto, al consuelo seguro en los brazos de mamá. Y de ahí a las notas de mis biógrafos: de una vez doy fe de la veracidad de la anécdota.

Hoy me encuentro en una situación muy parecida. Me siento como niño perdido en una plaza inmensa, rodeada de responsabilidades, historia, éxitos y fracasos. Dolores ya sanados y otros en proceso de empezar. “Bucano mamá”. “Bucano mamá”. Sus brazos me dieron la seguridad y el atrevimiento para irme de aventuras antes de cumplir los doce años. “Bucano mamá”. Y, tal vez nunca se lo dije, una mañana en Loma Bonita me desperté llorando sin saber por qué, pero que era porque pensaba en ella. “Bucano mamá”. Y fui y vine, por México y América. Y al final de cada viaje, siempre el último tramo llegaba hasta Morelia. Mi vida está hecha de vueltas consecutivas a una Plaza Valladolid que encuentro en todos lados. (Los morelianos siempre nos llevamos el centro de la ciudad a donde quiera que vayamos). Y, en esta plaza de mi vida, siempre está ella en el caballito, y yo “bucano mamá”. Hoy la sigo buscando. Y como ya no puede estar lejos, me la quedo aquí cerquita, en el corazón, hasta siempre. Lo más difícil es saber que su voz ya no estará del otro lado de la línea telefónica. Pero ahora estará aquí, sosteniéndome durante mi cabalgata, hasta que el veinte se me acabe. Porque yo voy “bucano mamá”…

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El Padre Goyo plagia, Proceso solapa, bloguero desaparece.

Ser bloguero es una experiencia compleja. En mi experiencia como bloguero amateur, uno empieza por amor al arte de escribir. Algunas personas te dijeron en algún momento que les gusta lo que escribes, y que deberías buscar publicarlo. Y como por lo regular no tienes idea de cómo publicar un texto, abres tu blog. A partir de ese momento, envías tus ideas dentro de botellas al océano inmenso del internet, apoyándote en tus cuates de las redes sociales. Eventualmente un texto tuyo muy bueno reúne en un solo día unos 50 lectores y un par de comentarios, y eso te da para sentirte muy satisfecho.
Y en un día inspirado, escribes algo que se sube oportunamente a la red en el misterioso ADN de lo que viral: un misterio de timing, sensibilidad y empatía con lo que los usuarios de las redes sociales comentan en un día determinado. Entonces llega el día verdaderamente milagroso, en que ves tus estadísticas subir como la espuma, y replicarse más allá de tus listas de amigos y seguidores. Algún medio digital te busca para publicar tu texto, dándote reconocimiento y proyección, porque no hay dinero para los blogueros desconocidos. Pero en la blogósfera amateur, la satisfacción de ser leído por una pequeña multitud es combustible puro para seguir escribiendo.
Por eso me sentí muy indignado cuando ayer por la tarde me enteré que la reconocida revista Proceso, a través de su cuenta de twitter (@revistaproceso) informaba que el célebre Padre Goyo, -quien saltara a la fama por aprovechar su condición de presbítero para asumir una postura pública a favor de las autodefensas, en la Tierra Caliente michoacana- había escrito una carta dirigida al Papa Francisco, para agradecerle no haber venido a México. La nota se puede leer en http://www.proceso.com.mx/?p=416302 , aunque no menciona si la carta fue enviada por el P. Goyo a la redacción de la Agencia Proceso en Morelia, o la descargaron de redes sociales.

Copia del tuit de @revistaproceso

¿Por qué mi indignación? Porque de inmediato tuve la sensación de que es carta la había leído yo, párrafo por párrafo en otro lado. No fue difícil recordar en dónde, pues el autor de la carta es alumno mío, en la Universidad Marista de Guadalajara. Su nombre es Rubén Nava, estudia el último año de la Lic. en Educación y Desarrollo Institucional, es hermano marista y, sobre todo, es un joven inquieto, que ha comprometido su trabajo y pensamiento con las causas de la justicia y los derechos humanos. Tiene rato blogueando sobre temas que relacionan su fe católica, su vocación religiosa y las llamadas a la justicia y la solidaridad. Si no ha entrado usted al vínculo de proceso, lo invito a interrumpir la lectura en este momento, y abrirlo para conocer la carta del P. Goyo.
¿Listo? ¿Checó la fecha? Timing perfecto, pues el Papa Francisco ha visitado en días pasados la isla de Cuba, y se encuentra en estos momentos en los Estados Unidos. En su agenda evitó visitar el segundo país con más católicos del mundo. Pero ahora le invito a leer la carta escrita por el joven Rubén Nava, y mirar con cuidado la fecha que WordPress genera automáticamente cuando posteas. Va la liga: https://rubenavamartin.wordpress.com/2015/07/06/gracias-francisco-por-no-venir-a-mexico/


Pues sí: la fecha, generada automáticamente por WordPress, es el 6 de julio de 2015, a las 15:57 hrs. ¿Dónde estaba el papa Bergoglio en ese momento? Pues, como lo dice el blog de Rubén, iniciando su visita a Ecuador, Bolivia y Paraguay. Puede usted verificar esta información en http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/07/150703_papa_milagros_gira_ecuador_bolivia_paraguay_vs, así como en los archivos de muchos portales de noticias.
El texto de Rubén, a todas luces, fue escrito 3 meses antes de que Proceso publicara su nota. Demasiadas coincidencias en el texto para ser ciertas. Así que he decidido, desde mi trinchera bloguera limitada, pero convencido de que el periodismo grande debe cuidar los pequeños detalles, el plagio del Padre Goyo. El robo de textos es deleznable, y como académico universitario procuro enseñarlo a Rubén y sus compañeros en clase. Robarlo para ganar notoriedad en un medio reconocido convierte al Padre Goyo en un personaje minúsculo, fatuo, y deshonesto. Y por supuesto merma su credibilidad como estandarte de una causa cuya justicia todavía es objeto de debate público, como lo es el derecho a la autodefensa.
Pero, además, el Padre Goyo salpica de suciedad a Proceso. Yo fui lector ávido de esta publicación durante la década de los 90s y los primeros años de este siglo. La dejé de leer cuando me pareció que la revista había olvidado un principio periodístico fundamental: el compromiso con la información veraz, más allá de las causas ideológicas. Me pareció que la ferocidad en el señalamiento y la profundidad de la investigación se diluían dramáticamente cuando había que señalar los errores de los personajes sobresalientes de eso que se autodenomina la «izquierda» mexicana, de manera especial protegiendo a Andrés Manuel López Obrador.
Pero esa fue una percepción mía, que no podía ir más allá de eso. Tengo claro que Proceso ha ganado su fama construyendo una sólida línea editorial que denuncia y desenmascara los abusos del poder en México. Cualquier lector de Proceso lo sabe, y no espera encontrar contrapesos informativos. Yo simplemente decidí que quería leer otro tipo de información, más plural y abierta a otras voces y denuncia de otro tipo de abusos.
Esto es distinto. Es claro que el plagio, la deshonestidad es del P. Goyo. Pero si Proceso recibe la denuncia del mismo, no puede quedarse de brazos cruzados, e ignorar el hecho ya sea porque el autor verdadero es un joven estudiante desconocido, ya sea por la relevancia que el P. Goyo tiene en una de las causas con las que suele simpatizar Proceso.
Desde ayer respondí directamente al community manager de Proceso, denunciando el plagio del clérigo michoacano. No he recibido respuesta, ni espero recibirla. Así que creo pertinente llevar este caso a la blogósfera con la esperanza de que hoy se un día bueno, y este plagio no quede impune. Que el P. Goyo quede en evidencia, al menos entre aquellos que dedicamos algo de nuestro tiempo a compartir gratuitamente ideas y convicciones. Al compartir este texto le echarás una mano a una causa pequeñita, pero ayudarás a exhibir una gran canallada.

P.D. El día de ayer, el informativo digital tapatío Proyecto10 (@ProyectoDiez) publicó la misma carta. Citó correctamente a Rubén Nava como el autor legítimo. Felicidades. Me pregunto si por ese medio le llegó el texto al Padre Goyo…

Pedro Kumamoto vs Denise Dresser

KumaVsDenise

«¿Qué piensas sobre anular el voto?» Varias personas me han hecho esta pregunta durante los últimos días. No porque yo sea experto en política o materia electoral. Más bien saben que soy un nerd que disfruta de buscar datos y confirmar las afirmaciones que luego circulan en las redes sociales. Y también que mi carrera como profesor ha girado en torno a temas relacionados con democracia y participación ciudadana, desde la perspectiva educativa. El tema, pues, me interesa profundamente como educador y ciudadano. No milito en ningún partido político, ni he militado antes. Fui observador electoral de Alianza Cívica en el 94, funcionario de casilla en el 2000, y anulé casi todos mis votos en 2009. Pero ante todo, soy miembro de una generación que nació gobernada con el PRI, y que durante lo que va de su vida adulta fue testigo de la alternancia imposible, y también se desencantó de los primeros resultados de la democracia.

Siento la responsabilidad de escribir estas líneas porque siento el mismo hartazgo que la mayoría de los mexicanos ante el cinismo, lejanía y hasta la delincuencia solapada e impune de los partidos políticos. Pero mi opción personal es buscar una mayor participación personal en temas de beneficio común, y alentar a mis jóvenes estudiantes a desarrollar habilidades críticas y a participar activamente en la democracia, en sus localidades. No soy ningún modelo de ciudadanía. Pero estoy convencido de que en la medida que aumente nuestra participación como ciudadanos en las cosas que son de interés público, los partidos políticos serán sujetos de vigilancia, fiscalización y de la aplicación plena de la ley. Es decir, no podemos esperar que nuestra democracia madure por iniciativa de los partidos políticos, sino a partir de que los ciudadanos nos apropiemos de ese kratos que tenemos como demos.

Entiendo todos los argumentos promovidos a favor del anulismo: todos los reflexioné y sopesé en la campaña de 2009. Mi motivación principal para anular fue la expectativa de que el sistema de partidos recibiera el mensaje de los anulistas, los no-representados por el sistema de partidos, y este generara un cambio en la agenda política, que derivara en una reforma política profunda e irrevocable. En aquel entonces, los promotores de la iniciativa fueron académicos distinguidos como Sergio Aguayo Quezada y José Antonio Crespo; activistas como Jesús Robles Maloof y organizaciones de la sociedad civil. El resultado fue que el voto nulo subió, en aquella votación, de un promedio histórico del 3.5% al 5.2% (Puede consultar este documento para aclarar dudas: http://www.ine.mx/docs/IFE-v2/DECEYEC/DECEYEC-MaterialesLectura/docs/03_VotoNulo.pdf). Nuestra representatividad fue equivalente a la de partidos como Nueva Alianza, y mi sensación personal fue que le habíamos hecho un favor gordo al PRI, que en aquella elección ganó con carro casi completo en el estado.

Para esta elección, las columnas y videos de la académica y analista Denise Dresser se han transmitido con cierta fuerza en redes sociales. Y digo «con cierta fuerza» recordando que en nuestros muros de facebook y timelines de twitter solemos recibir las cosas de gente que comparte gustos, intereses y nivel socioeconómico con nosotros. Dresser plantea argumentos relevantes, pero similares a los de la campaña anulista del 2009.  Frente al argumento de otros expertos en derecho electoral, como Roberto Duque Roquero, de que los votos nulos quedan atrapados dentro de los límites de nuestra legislación electoral, favoreciendo a los partidos grandes, Dresser argumenta la validez de la expresión. Y tiene razón. Pero esta expresión no tiene impacto legal en la votación, y si la cantidad de votos nulos no supera un porcentaje relevante en los votos totales (digamos, un 15%, que lo convertiría en la cuarta «fuerza electoral», lo cual es muy improbabe), a los partidos grandes, los que decidirán cosas en la próxima legislatura, estos votos nulos les harán lo que el viento a Juárez.

Por otra parte, la campaña viral anulista tiene otro tipo de impactos, que pueden ser menos visibles. En la Zona Metropolitana de Guadalajara hemos presenciado el crecimiento de una campaña única en la geografía política del país. Pedro Kumamoto es un joven ciudadano de 25 años, que se ha dedicado durante los últimos años de su carrera, a supervisar la actividad de los diputados locales. Candidato independiente por el Distrito 10, perteneciente a Zapopan, ha conseguido superar todas las trabas que la legislación pone a los ciudadanos para competir en elecciones sin partido. Su plataforma electoral plantea una relación más balanceada entre gobierno y ciudadanía (Consulta su página http://www.kumamoto.mx  Sin dinero para hacer campaña, ha recurrido a las redes sociales para que sus simpatizantes descarguen su logo y colaboren con una publicidad inteligente y económica. El día de ayer, sus actos de campaña consistieron en que sus simpatizantes se reunieran en calles y parques para limpiar y sembrar árboles. La ciudadanía recuperando sus espacios: ¡sencillamente genial!

Encuesta publicada en Mural 28/05/15
Encuesta publicada en Mural 28/05/15
Si bien la campaña heroica del joven candidato Kumamoto ha consguido elevar sus preferencias en las encuestas hasta un 21%, contra el 28% de la candidata Margarita Alfaro (MC), a una semana de la elección, un candidato como Kumamoto depende totalmente del voto de los indecisos para tener posibilidades reales de obtener un triunfo histórico para los ciudadanos frente a los partidos políticos. Y aquí es donde hay que ponderar con cuidado la campaña anulista.

Necesariamente Denise Dresser, escritora, académica y parte de la mesa de análisis de Aristegui, es mucho más conocida que un joven candidato de provincia como Pedro Kumamoto. Incluso para sus compañeros del ITESO. Muchos de los votantes indecisos reconocerán su hartazgo en el de Dresser, y sus argumentos serán suficientes para anular. Y cada voto anulado, será un voto potencial perdido para un candidato ciudadano que representa, realmente, algo distinto a los partidos políticos. No creo que Denise Dresser tenga la capacidad para conoer a todos y cada uno de los candidatos a puestos de elección popular, ni sus trayectorias, ni sus propuestas. Y una llamada enviada desde México puede no responder a las circunstancias de un estado como Jalisco.

La democracia, sistema imperfecto de gobierno, es lo mejor que tenemos para integrar puntos de vista opuestos y respetar a las minorías. Y la opción de anular es una opción válida, respetable. Y, por supuesto, un derecho del ciudadano. Pero si usted está pensando en anular, le invitaría a considerar lo siguiente:

a) Antes de decidir anular su voto, tómese un tiempo para conocer a sus candidatos y candidatas. Las plataformas del IEPC estatal y del INE tienen espacios dedicados a que los candidatos suban sus trayectorias de vida y propuestas. Y la plataforma candidatotransparente.mx muestra a aquellos candidatos y candidatas que aceptaron transparentar sus declaraciones patrimoniales, fiscales y de interés. Desconfíe de los candidatos opacos; considere a los transparentes, pues a ellos podrá fiscalizarlos mejor. Si va a anular su voto, hágalo informadamente.

b) Si usted simpatiza con algún candidato, como por ejemplo Pedro Kumamoto, sea cuidadoso al transmitir en redes sociales la propuesta por el voto nulo. Como electores, los mexicanos tendemos a simplificar, y entre una figura pública y un candidato desconocido, las personas tenderán a identificarse con la figura pública. Así de fácil. Los candidatos ciudadanos dependen absolutamente de los votos indecisos. Si apoyas a un candidato como Kumamoto, promuévelo con claridad.

c) Por ningún motivo identifique su voto nulo con la abstención. Es una rara ocasión el que un día, cada tres años, los políticos y los gobernantes les importe (hasta tengan miedo) de lo que hacemos los ciudadanos. Me consta, porque en este mismo momento un grupo de funcionarios de casilla se capacita en mi domicilio, que la elección queda totalmente en manos de los ciudadanos. Los políticos temen a las votaciones copiosas. No se conforme con estar en desacuerdo. Tómese un tiempo para ir a votar. Vaya tempranito. O vaya después del partido de la selección. Pero vaya a votar.

d) Y si usted tiene la buena fortuna de pertenecer al Distrito 10 de Zapopan, vote por Pedro Kumamoto.

Vip’s

Una niña llora en la mesa de enfrente. Su joven madre la abraza, tratando de calmar su llanto sin éxito. Su abuelo llega a la mesa: le tiende los brazos y las palabras cariñosas. La niñita le corresponde, yendo hacia él sobre la mesa, brazos extendidos y palabras de un idioma incomprensible, pero a la vez universal. Yo… yo corrijo trabajos importantísimos de licenciatura… ¿De verdad? No hubo en este momento, en todo el mundo, nada más importante que ese abrazo entre nieta y abuelo. Estoy seguro.

No se engañen: somos más.

«Alegría…

Como la rabia de amar, Alegría,

Como un asalto de felicidad.”

(Dupère-Dragone)

 

No podemos dar la espalda a los tiempos que nos ha tocado vivir. Es verdad el miedo, como es verdad la desesperanza. También a nuestra ciudad ha llegado la incertidumbre, y todos nos sentimos impotentes para prever el derrotero que seguirá nuestra vida en el futuro inmediato.

Sin embargo, como dice el Evangelio, el trigo y la cizaña suelen crecer juntos. La medicina para el miedo y la desesperanza crece en prados inmensos a nuestro alrededor. Sólo hace falta un poco de atención para aprovechar la oportunidad. Estoy convencido que somos más los que hacemos el esfuerzo, aunque sea un poquito cada día, por hacer del mundo un lugar mejor para vivir.

Sucedió el viernes pasado. Al terminar mi clase de FSC con los alumnos de 3°A, Frida regresó al salón y me tendió un billete de $200.00, diciéndome: -“Toma, Pepe, me los encontré tirados”. Se lo agradecí mucho, y en un par de horas la persona que los había perdido recuperó dinero y sonrisa. Un poco más tarde bajé para ver un rato los juegos del INTERSAC de primaria. Un grupo de 1° de secundaria regresaba a su salón, después de apoyar el servicio de hidratación y de echarle porras al colegio. Isis se dirigió hacia mí, y me entregó una billetera. –“Alguien la dejó en las tribunas”-, me dijo, y yo le agradecí el gesto. La billetera tenía $400.00, que una visitante pudo recuperar en la recepción. A la salida, la maestra Conchita vino a la oficina a platicarme que Julieta, de 2°A, había encontrado otra billetera que se había reportado perdida durante la mañana, con $250.00 dentro. Cerré mi oficina pensando que así deberían ser todos los días.

Todavía había otra sorpresa esperándome. El lunes, antes de que amaneciera y de que iniciaran las clases, Diego y Leoncio (1°A) me encontraron en la oficina de dirección. Diego me entregó un IPod touch, chunche electrónico con mil funciones y capacidad para almacenar muchísima música, con valor en el mercado de $3,500, aproximadamente. Me dijo, con gran sencillez: -“Pepe, encontré este IPod el viernes a la salida. Creo que es de uno de los que vinieron al INTERSAC”. Yo lo recibí, y le prometí que se lo haríamos llegar a su dueño. Le agradecí la fuerza con la que demostró un valor que todos debiéramos vivir con toda normalidad. Para estas fechas, seguramente el IPod ya llegó a Monterrey, y su joven propietario disfruta de su música.

Somos más. No nos dejemos engañar. Somos más los que ponemos nuestro granito de arena para que el mundo sea un lugar mejor. Seamos más. No dejemos de trabajar en ello. Pongamos la muestra todos los días, para que lo vea nuestra ciudad, nuestro país, nuestro mundo.  Gracias, chicos, por tanta alegría. Gracias por tanta esperanza.

(El video… bueno, es para escuchar algo rico)

Sólo tu mano.

¿Acaso un ciego puede guiar a otro? (Mt. 5, 14) ¿Y por qué no, digo yo?

Sólo tu mano, a cambio de mis ojos marchitos. Sólo tu mano, en este mundo de sonidos y sensaciones. Sólo tu mano, ante un precipicio sin luz. Supongo que me has traido a unos metros de donde está el resto de la gente, porque  puedo escuchar su conversaciones. Seres que describen imágenes y colores, idioma ajeno a mi vocabulario de noche profunda. Ellos miran un número en el parabrisas de un autobús. Yo, adivino la presencia de una máquina que no conozco, pues la recuerdo desde un pasado que se desvaneció. Podría, al escucharla en mi oído izquierdo, dar simplemente un paso al frente adivinando el momento preciso.  Pero tu mano firme es todo para mí. Su calor es mapa detallado bajo el sol de la tarde. Sólo tu mano para mi ancianidad esperanzada, pues, de tu mano, sigo recorriendo los caminos vedados a quienes vivimos la existencia hacia dentro de los párpados propios. Sólo tu mano, barrera infranqueable entre el tráfico y yo. Sólo tu mano en la mía. Sólo tu  mano, promesa de vida. Sólo tu mano. La otra, tuya, apoyada en un bastón. Y sólo mi mano, para ti, para tus tinieblas, como las mías.

De mis trivialidades.

Que si la señora, antes amable, ya no es tanto, aunque no tenga razón. Que si el examen de matemáticas de primero nadie lo acabó. Que no revuelvan, por favor profesores, la conducta con la calificación. Que falta una semana para el fin del mundo y no he rellenado aún el formato correspondiente. Que hay mil proyectos por delante y tantos lastres por detrás. Que para todo te vendría no tan mal algo que cambiar. Que no quiero seguir comiendo porquerías, pero qué buenas son. Que falta tanto para la quincena, pero ya casi llegué. Que la lámpara del buró no estaba descompuesta, pero ve tú a saber dónde encuentro este fusible. Que ojalá llegues pronto, porque si te tardas me acabo la cena. Que pa’rriba y que pa’bajo. Que’sto y que’lotro. Que al final del día no sé si vengo o si voy.

Pero, al final del día, me pongo a pensar en lo trivial de mis dramas pequeños. Que si ya hubiera salido un minero, hubiera sido una buena noticia. Que ya salieron los 33. Y yo, nada que ver. Qué bueno. Así debía de ser.