Toma todo.

El proceso para la elección de la dirigencia nacional de Morena es una tragedia interpretada con el guión de una comedia de enredos. Los protagonistas se dan hasta con las sillas (literalmente), el presidente se mantiene al margen pero indica que se haga una encuesta, el Tribunal Electoral lo acepta a lo tonto y le manda la papa caliente al IFE. Surgen candidatos de corazón desinteresado de debajo de las piedras, que luego se inconforman cuando descubren que tener seguidores en Twitter no es lo mismo que ser el favorito de las masas. En la emisión de esta semana, vimos cómo se filtró un proyecto del Tribunal Electoral, convertido en bufón nacional, proponía cancelar el proceso que antes ordenaron, pero, descubierta la maniobra, reculó sin elegancia, y dijo que serenos morenos, y van con su encuesta, que al cabo que la pidió el presidente.

Todo esto sería muy divertido si no tuviéramos que responder la pregunta fundamental de la política: ¿quién gana con este desmorene? Porque aunque este desorden no necesariamente sea manifestación de una maniobra planeada, siempre (¡SIEMPRE!) hay alguien buscando sacar beneficio, tanto del orden como del caos que, en este caso, es de proporciones antediluvianas.

¿Gana la oposición con este desorden? No. Ni en pensamiento, palabra, obra ni omisión. Además de haber sido atropellados por la danza de la morena en 2018, contra toda «lógica», el nuevo partidote del presidente sigue ganando puntos en las preferencias de cara a la elección intermedia de 2021. Sombrío panorama, porque quiere decir que el «pueblo bueno» (whatever that means) votará por cualquier esperpento que logre una candidatura guinda al congreso, alcaldía o gubernatura, así hayan surgido del método de la «encuesta digital» que le gusta al presidente (lo que diga mi dedito).

En realidad, quien gana todas las canicas, una vez más, con el desorden morenista, es el presidente López. A muchos les causa extrañeza la inacción de éste al ver el caos en su partido, porque imaginan que en las matemáticas obradoristas (es una metáfora) requieren el apoyo de un partido para llevar a cabo su proyecto de regeneración nacional (mismo que al día de hoy se reduce a un pasquín). Es importante asumir que López no puede sacar cuentas, pero es un gran calculador. Cometemos un error grave cuando queremos interpretar las acciones de gobierno de AMLO (todos los derechos reservados) bajo la lógica de las reglas democráticas, cuando todos los días nos manda claras señales de que para él, el pueblo está hasta por encima de la democracia. Y el pueblo es él.

Las facciones en disputa por Morena no están pensando en el futuro del partido, ni en el servicio a la nación. Es evidente que apuestan a la sucesión presidencial, mientras el líder supremo piensa, exactamente, en lo contrario. López, a lo largo de su carrera política, ha sido el gran cosechador del caos. Lo siembra, lo promueve y se queda con los mayores dividendos. Su llegada a la silla presidencial se funda en una notable capacidad de empujar grupos y organizaciones hacia el caos, para tirar al niño de la democracia junto con las aguas sucias del sistema de partidos.

El caos en Morena profundiza la decepción ciudadana en la alternativa partidista, mientras que el presidente pinta su raya. Al permitir que las tribus-no tribus morenistas se destrocen en público, neutraliza cualquier figura al interior de su propio partido que pudiese construir imagen y discurso de cara a la sucesión de 2024. La oposición está moralmente derrotada, y Morena no es opción. Así, López queda como la única figura disponible para dirigir los destinos de la patria.

Si algo hemos aprendido en estos dos años, es que López hace lo que dice. En medio del caos morenista, no hay ni un político, ni un secretario de estado cuya voz se aproxime siquiera al volumen del merolico madrugador. Y López dice con demasiada frecuencia que es un demócrata, y que él se irá «a menos que el pueblo le pida que se quede». Demasiada explicación de un tema que es tabú en México. Ahí están los avisos. Si Morena se destroza por las ambiciones de la sucesión, López Obrador sienta las bases de todo lo contrario: su permanencia en la silla del águila. La perinola con la que AMLO decide todas sus acciones tiene una sola leyenda en todas sus caras: toma todo.

Quien tenga oídos para oir, que oiga.

Naamán y el cubrebocas.

En el Antiguo Testamento existen muchos relatos deliciosos, que arrojan luz sobre las circunstancias que vivimos, sin que por ello tengamos que abrazar ninguna fe. Desde hace ya varios días recuerdo uno de ellos, protagonizado por Naamán, gran general sirio, y el profeta Eliseo, de Israel.

Lo sintetizo para quienes no estén familiarizados con él, aunque siempre es recomendable leerlo completo en 2 Reyes 5, 1-15.

Naamán era el general preferido del rey de Siria, por ser «valeroso en extremo», pero estaba enfermo de lepra. Por recomendación de una esclava israelita, el monarca sirio despachó al enfermo con cartas para el rey de Israel, pidiéndole que curase a su cuate de esa terrible enfermedad.

El soberano hebreo se escandalizó al leer aquellas misivas, se rasgó sus vestiduras, se puso otras, y luego hizo harto aspaviento, diciendo que él no era la OMS, que los presidentes anteriores le habían dejado un sistema de salud en ruinas, que el INSABI apenas estaba empezando a operar, y que seguro era una treta de sus adversarios para declararle la guerra. Pero, como sucede en países más literarios que el nuestro, el profeta Eliseo envió un DM a su monarca, informándole que él podía curar la lepra y al mismo tiempo coadyuvar para la firma de un anhelado tratado de libre comercio con la potencia vecina.

Y allá va Naamán, a visitar al profeta Eliseo. Pero al llegar a la puerta del vidente, solo recibió un mensaje diciéndole que se bañara siete veces en el río Jordán, y quedaría curado. Para el orgulloso oficial, este desplante fue tomado como insulto, y se dio la vuelta profiriendo ajos y ejos contra todo el tercer mundo, sus costumbre, sus habitantes y su gobernantes, no sin antes emitir una nota diplomática al respecto.

Pero ya cuando se le bajó el coraje, sus criados se acercaron para decirle que no mi general, que no se ponga así, que ya había probado de todo y que ni las nanopartículas de cítricos le habían hecho nada, y que si el remedio que le proponían era tan simple como decretar un día de blaneario para toda la comitiva en Tepetongo, pues qué más daba y que no perdía nada con intentarlo.

El buen Naamán, quien era colérico, pero buena gente, reflexionó que si ya habían hecho el viaje, pues qué más daba. Así que la comitiva enfiló al Jordán para bañarse. Y, cuando ya todos estaban todos chamuscados, repletos de ceviche de cazón en tostadas, y medios cuetes por tanta cerveza, Naamán se dio cuenta que su piel parecía pompi de bebé. Hasta aquí el relato.

Lamentablemente, nuestro orgulloso general AMLO no tiene la suerte de tener buenos criados. Es decir, sí está rodeado de criados, pero ninguno de ellos lo aprecia tanto como para buscarle el modo, ayudarle a saltar sobre su soberbia, y atender una simplísima recomendación de salud, en beneficio de todos. Hugo López – Gatell no ha sabido jugar ese papel para decir: «mire Jefazo de mi vidaza, si la cura para la COVID-19 dependiese de que usted se fuera de cruzada contra adversarios conservadores, feministas politiqueras y hordas de niños con cáncer, ¿a poco no lo intentaría? Pero si la recomendación del profeta es tan sencilla como pedir a todos los mexicanos portar un cubrebocas, ¿por qué no intentarlo?

Pero no. El siervo ha optado por no condescender con el amo colérico, y no interpelar su soberbia con ciencia y razón. Ha elegido sobarle el ego, dicendo que cómo cree, que él, rayito de esperanza, es una fuerza moral y no de contagio, y que su sana distancia motiva al pueblo de México a trascender su proverbial rechazo a la civilidad, y sus mensajes convencen a todos de guardar las medidas de salud para domar la pandemia.

Mientras tanto, ya enfilamos hacia los 60,000 mexicanos muertos. López Obrador debería reconsiderar leer de vez en cuando el Antiguo Testamento. O simplemente leer.

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Eliseo rehusando los regalos de Naamán. Pieter Grebber, 1637. Museo Frans HalsHaarlem.

Menos AMLOs, más Kumamotos.

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Fotos: progresohoy.com y vanguardia.com.mx

Las mejores historias se llevaron a cabo bajo las circunstancias más adversas. Justo en el momento en el que la fe en la democracia y las instituciones del Estado mexicano es un socavón entre los ciudadanos de a pie, la noticia del aval de la Suprema Corte a la iniciativa #SinVotoNoHayDinero llega como una brisa de esperanza. En primer lugar, porque nos presenta a la Suprema Corte como un espacio -tal vez el único- independiente a las agendas de los partidos políticos, y donde el juego de pesos y contrapesos que sustentan la democracia liberal es efectivo. La hoy célebre “Ley Kumamoto” establece una forma de distribuir el presupuesto a los partidos políticos no a partir del total del padrón electoral, sino con base en la cantidad de ciudadanos que hayan votado en el proceso electoral en nuestro estado. Expliquémoslo con un poco más de detalle.

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Fuente: wikipolitica.mx

Hasta el día de hoy, el monto del financiamiento de INE a los partidos se determina aplicando la siguiente fórmula: durante el proceso electoral de 2015, había 87 millones de mexicanos en el padrón electoral nacional. Entonces se multiplicaron estos 87 millones por el 65% del salario mínimo vigente en el D.F., es decir: 87 millones x $80.04 x 0.65… Le dejo a usted la tarea de hacer la operación y descubrir el numerote resultante. Ese dinero se distribuye en un 30% por partes iguales a todos los partidos, y en un 70% de acuerdo con la cantidad del porcentaje de votos obtenidos en la elección a la cámara de diputados. En nuestro estado sólo hay que reemplazar el número de ciudadanos en el padrón local y el monto del salario mínimo de la región.

La ley #SinVotoNoHayDinero modifica los factores de la operación, basándose en la participación ciudadana durante los procesos electorales, en lugar del total del padrón. Así, el cálculo para el financiamiento de los partidos se hará a partir del total de los votos válidos al final del proceso electoral inmediato anterior.  Pongámosle números. En marzo de 2014, el padrón electoral de Jalisco era de 5 millones 900 mil ciudadanos, pero llegaron a la lista nominal (aquellos que recogieron a tiempo su credencial del INE y estaban listos para salir a votar) solo 5 millones 75 mil. Sigamos restando. El día de la elección se registraron 2 millones 900 mil votos, de los cuales 2 millones 820 mil fueron votos válidos. Aproximadamente, un 3% de los votos fueron nulos. El financiamiento local para los partidos, entonces, deberá establecerse a partir de los 2.82 millones de votos válidos, y no a partir de los 5.9 millones registrados en el padrón. El ahorro será considerable. Aplique la fórmula y compare. Será una información grata.

La lógica de esta iniciativa es que los partidos políticos son entes de interés público, y como tales, deben ser evaluados conforme al vínculo que logren generar con las necesidades de la ciudadanía. La hipótesis es que si los ciudadanos reconocen sus intereses en las agendas y propuestas de los partidos, se acercarán en mayor número a votar por ellos. Esto añade un contrapeso a un sistema que se comporta como bloque de piedra a la hora de defender sus ingresos, ajenos a la molestia ciudadana. Ahora, empezando por Jalisco, deberán incorporar a sus cálculos el interés de la ciudadanía. Así fue como la ley se aprobó en nuestro congreso. ¿Quieren conservar sus abultados presupuestos? Con esta ley hay que ganarlo en las calles, y no desde la comodidad de sus curules. No resulta curioso que entre los partidos que impugnaron la ley aprobada por el congreso estatal estén el Partido Verde y Nueva Alianza, partidos cascajo que han aprendido a hacer un negocio político muy jugoso administrando inteligentemente sus pequeñas cuotas de votantes. Sí llama la atención, en cambio, la impugnación de Morena, el partido fundado por Andrés Manuel López Obrador.

Y aquí me parece importante establecer los contrastes, con conciencia plena de que las figuras y la relevancia política de López Obrador y Pedro Kumamoto no tienen punto de comparación. No, al menos, en este momento. Pero mientras la labor del joven político jalisciense está orientada a educar, organizar y empoderar a grupos de ciudadanos, y llevar la agenda de los ciudadanos a la arena legislativa, la lógica del líder máximo del morenismo es el asalto al poder ejecutivo, para desde ahí purificar la política a partir de su voluntad única, marcada por su «honestidad valiente». En los meses que lleva convertido en figura pública, Kumamoto ha sido ejemplo de coherencia, transparencia y comunicación constante y efectiva con los ciudadanos del distrito local que representa, en el municipio de Zapopan. A lo largo de sus muchos años en la política, López Obrador ha sido siempre ejemplo de opacidad y de un sospechoso coqueteo con el autoritarismo conservador.

Es difícil determinar el futuro del joven político jalisciense. Su victoria definitiva en la corte es motivo de esperanza para muchos ciudadanos, desencantados de la democracia por la manera como se comportan todos los partidos políticos, incluido Morena, especialmente cuando se trata de defender su financiamiento con dinero de los mexicanos. Para hacer su tarea, Kumamoto ha escuchado la voz de muchos de sus representados, y ha sabido, junto con su equipo, estructurar inteligentemente una agenda para conseguir los votos necesarios en el congreso local para conseguir la aprobación de su propuesta. No es tarea menor, recordando que Kumamoto es el único diputado sin partido en el poder legislativo estatal, y no tiene nada que ofrecer a cambio más que su gran capital ético y político. López Obrador, por su parte, no suele escuchar ni críticas ni sugerencias. Su pensamiento, de corto alcance, se estructura en torno a unas cuantas ideas simples e irrefutables que convierte en artículos de fe, para generar adherentes cuya labor es reconocer el dogma dentro de su prédica. No negocia: impone o divide, identificando a sus críticos con lo que él llama la “mafia del poder”. Mafia con la que, al menos, sostiene relaciones estables, pues nunca ha abandonado el sistema que ha financiado los tres partidos a los que ha pertenecido en su carrera.

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Foto: mientrastantoenmexico.mx

Algunas personas ya empiezan a candidatear a Pedro Kumamoto para los altos cargos del país. Yo espero que se tome las cosas con calma y que, con el apoyo de su distrito electoral, haga primero una fructífera carrera legislativa local, pues en este proceso ha elegido la vía de la formación ciudadana y la organización en torno al bien común. Pienso que esa es la receta que tanto en Jalisco como en el país necesitamos para romper el círculo vicioso, antidemocrático, que administra la partidocracia mexicana. Y luego ya veremos, si  después de un tiempo el diputado Kumamoto ha mantenido el rumbo de comunicación, transparencia y honestidad que ha demostrado hasta hoy. Andrés Manual ha demostrado que no le interesa ni la comunicación, ni la educación, ni la transparencia. Solo cuenta con su imagen de político honesto y austero. Y como, en la política, la honestidad y la transparencia van de la mano, no puedo más que concederle el beneficio de la duda. De AMLO espero que termine lo más pronto posible su carrera política, y se retire a descansar a su rancho pintoresco. Como dice Jaime López, no más héroes, por favor.

La receta para el futuro de la democracia en México requiere una desintoxicación de caciques y líderes mesiánicos, y muchos más de ciudadanos responsables y participativos, actores de la construcción del bien común y de determinar el rumbo del gobierno a quien le concedió el ejercicio del poder. Menos AMLOs y más Kumamotos.

Post Data: Morena no impugnó. Este post fue publicado anoche, hacia las 10:30 p.m. Hoy por la mañana, tanto Morena como Pedro Kumamoto explicaron que no fue AMLO quien impugnó la ley #SinVotoNoHayDinero, y que fue un comunicado de la Suprema Corte la que generó el malentendido. Nobleza obliga. Pero esto hace el contraste más nítido: una evidencia genera una rectificación inmediata del joven Kumamoto. Para López Obrador, las evidencias que demuestran vicios y corrupción en Morena son solo muestra de la conspiración de la «mafia del poder» en su contra. Utilicé esta falsa impugnación como punto de partida para establecer el contraste entre ambos. Corrijo en esta postdata el señalamiento, pero sostengo el contraste. Una raya menos al tigre.

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EL NUEVO MODELO EDUCATIVO, AMENAZADO.

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Foto: SDPnoticias.com.mx

El pasado lunes 21 de agosto regresaron a las aulas más de 15 millones de niños y adolescentes en todo el país. Muchos de ellos participarán ya del pilotaje de la aplicación del Nuevo Modelo Educativo, publicado desde inicios de este año por la Secretaría de Educación Pública.  Desde hace algunos meses, varias escuelas fueron seleccionadas para operar, de manera experimental, los programas que están destinados a operar el nuevo modelo: Salud en tu escuela, Cultura en tu escuela, autonomía escolar. Continuarán fortaleciéndose otros como Escuelas al CIEN y Escuelas de tiempo completo.

Este es uno de los pasos más importantes en la implementación de la reforma Educativa del presidente Peña Nieto, parte del entonces aclamado Pacto por México, aunque hoy es víctima del descrédito del presidente y su gabinete. Y, apelando a la historia política de nuestro país, este año de pilotaje será crucial para la supervivencia de esta reforma. El periodo de vida de estos programas, por más sujetos a reforma constitucional que haya sido su origen, suele ser de seis años. Los mismos que dura el mandato del círculo del poder que los impulsa. Y es inevitable pensar que el tiempo se acaba, mientras aumenta la soledad del presidente y crece la desaprobación popular a su trabajo.

Los documentos que orientan y norman al nuevo modelo merecen la pena ser leídos íntegramente. Si bien es cierto que describen un modelo que lleva más de 15 años de retraso en su aplicación para nuestro país, también lo es que marca pautas urgentes para que la educación se convierta, finalmente, en motor de desarrollo de este país. El alma del modelo es desarrollar las competencias que nuestro mundo, inestable e impredecible, exigirá a los adultos en el futuro cercano. No se busca sólo elevar el nivel de comprensión lectora y pensamiento matemático, sino el aprendizaje de habilidades para la convivencia y destrezas para el desarrollo humano. Se pretender formar no solo una nueva generación, sino una nueva manera de “ser mexicanos” en el mundo, basado en los principios del humanismo, la ciencia, la corresponsabilidad y el desarrollo integral de cada persona.

Este modelo representa una apuesta complicada. Si el rasero para evaluar la efectividad del cambio de modelo son los niños que el lunes ingresaron a primero de primaria, habrá que esperar hasta que egresen de la preparatoria, último nivel considerado obligatorio en nuestro país. Se forma, pues, para la realidad que vivirán estos niños dentro de

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Fuente: SEP

12 años. No para la que nos toca vivir actualmente. Por ello el modelo asume la responsabilidad de que cada niño mexicano aprenda a aprender. Para conseguirlo, el texto del Nuevo Modelo hace hincapié en la creación de ambientes seguros y propicios para el aprendizaje en cada escuela, y busca alinear sus métodos y técnicas con este fin. Al mismo tiempo, busca reconocer la diversidad multicultural mexicana, y la necesidad de que, desde esa diversidad, los mexicanos del mañana se transformen en ciudadanos universales, capaces de incidir y competir en un mundo cada vez más globalizado de manera oportuna y con éxito.

Sin embargo, me da la impresión de que este Nuevo Modelo Educativo enfrenta retos demasiado grandes, que amenazan no solo su éxito, sino su implementación. El modelo requiere la participación de las familias en la planeación y toma de decisiones de las escuelas. Sin embargo, en nuestro contexto de interminable crisis económica y salarios deprimidos, son pocas las familias que encuentran tiempo suficiente para involucrarse de lleno con su escuela. Por otra parte, es evidente la necesidad de contar con un magisterio no solo competente, sino con verdaderos artistas de la pedagogía, comprometidos plenamente con su labor educativa. La realidad es que los docentes en su totalidad, no solo los que salen a las calles a manifestarse, padecen los mismos bajos salarios que el resto de los mexicanos. Así es muy difícil que cuenten con el tiempo que requiere la planeación didáctica y la evaluación personalizada que exige el Modelo.

Pero, sobre todo, la mayor dificultad es que éste es un modelo educativo para un país que México difícilmente llegará a ser si el resto de los ciudadanos no nos comprometemos con su transformación inmediata. Dolorosamente, nuestro país se caracteriza por la corrupción y por la violencia mucho más que por los atributos deseados por el Nuevo Modelo, y esto se convertirás en un contrapeso profundo para su implementación.  Al mismo tiempo, la sociedad mexicana valora poco tanto la educación como la labor magisterial. Sin olvidar ese padecimiento endémico, que amenaza con convertirse en crónico, que es la simulación, que hará que las carencias tanto físicas como pedagógicas de cientos de escuelas pasen a segundo plano, detrás de la careta de éxito simulado que tanto gusta a nuestros gobernantes, del color que estos sean.

El nuevo modelo educativo se juega la vida en los próximo doce meses. Merece que la sociedad mexicana lo acoja, lo defienda, y haga suyos sus ideales. Y, no menos importante, merece que exijamos a los gobernantes completar la parte de la plataforma de desarrollo del país que no le corresponde a la escuela.

La democracia: una pistola cargada apuntando a nuestra sien.

La figura que elijo para titular este escrito me venía a la mente anoche, mientras veía con una sensación de incredulidad la victoria del inefable Donald Trump, hoy presidente electo de los Estados Unidos, la nación más poderosa del planeta. El proceso electoral norteamericano (que entre paréntesis provocó el mismo hartazgo entre los ciudadanos norteamericanos que el que nosotros nos aventamos cada tres años, ni aguantan nada) vino a coronar un nefastísimo año 2016 para la buena fama de la señora Democracia, al menos en el bloque occidental. Y es que antes del Trumppocalipse de los gringos, habíamos atestiguado el sí al Brexit en junio, y el no a la hoja de ruta del proceso de paz en Colombia. Una de mis tuiteras favoritas, @Uraniantihero, condensaba su propio sentimiento preguntándose si en algún país las mayorías no se comportan como cardumen ignorante.

 No puedo dejar de preguntarme qué tenían en la cabeza todos aquellos que el día de ayer (o por anticipado) votaron por este engendro narcisista, autocrático y fascista que despachará en el 1600 de la Av. Pennsylvania a partir del 20 de enero. Todos vimos lo mismo, en vivo, en noticieros, en redes sociales. Mentira tras mentira. Misoginia expuesta con crudeza. Xenofobia al por mayor. Más mentiras. Más desprecio por las instituciones democráticas para su país. Su preferencia por enemigos soterrados de Estados Unidos, como Vladimir Putin, como modelos de gobierno. Más mentiras mal intencionadas. Y nada fue suficiente para evitar los casi 60 millones de votos populares para cruzar la frontera de 270 votos en el colegio electoral. Y no puedo dejar de contestarme que en la cabeza de estos votantes había materia orgánica previamente digerida. Sin embargo, creo importante entender sus razones.

En Estados Unidos, como en México, Gran Bretaña, Colombia y prácticamente cada país occidental, hay una buena parte de la población (con derecho al voto) que no se siente representada por sus gobernantes, democráticamente electos. No solamente no se siente representada, sino que se siente harta de no recibir los beneficios prometidos de la democracia. Me explico: la promesa del dispositivo es que la población elige conscientemente a los mejores hombres y mujeres, con la encomienda de que estos utilicen todas sus capacidades para conseguir una mejor calidad de vida para quienes les eligieron. El dispositivo contempla las miserias humanas, por lo que basa su funcionamiento en otros dos factores: los contrapesos a la concentración de poder y la posibilidad de los electores de castigar la inoperancia o la deslealtad de sus representantes quitándoles su preferencia en una elección posterior.

Pero si los contrapesos no funcionan como tal, y la política deja de ser la res publica, -que no es una vaca en la plaza del pueblo, sino aquello que es del interés de todos- y se convierte en la administración de los beneficios del poder, entonces es natural que la gente se enjabone con carbón. Si los tribunales y las cámaras asumen el papel de jugar a que se pelean entre sí, pero no se vuelven eficientes gestores de beneficio común, lo que la gente siente es que traicionaron su confianza, y le están viendo la cara de coneja. Este mecanismo es fundamental para la credibilidad del sistema democrático. Y la percepción de  que los políticos, una vez electos, se olvidan de los problemas concretos de las personas, funciona como un eficaz corrosivo para la democracia. En unos cuantos años puede minar la confianza de millones de personas en una sociedad.

De la misma forma si cada tres o cuatro años, un padre de familia clasemediero que ha visto descender su poder adquisitivo mes con mes llega a la urna de votaciones para encontrarse una boleta llena de desconocidos (en el mejor de los casos) o reconocidos patanes (en el peor), el camino no tiene retorno. Está listo el caldo de cultivo para entregar la democracia a los pretendidos outsiders que proponen cambiar las cosas fácil, radicalmente, de un día para otro, y que solo ellos saben cómo hacerle. Demagogos y autócratas se convierten, entonces, en candidatos ideales para las masas afrentadas por el sistema. Y van a ganar. Y luego no se van a querer ir.

Tanto en el caso británico, como el colombiano y el norteamericano, cuando el establishment político tuvo que salir a reconocer su derrota, lo hacen con cara de perplejos (u otra palabra similar). ¿Por qué el pueblo bueno no fue capaz de reconocer los riesgos que se le planteaban con claridad tras su elección? Señores políticos: porque cuando «la gente» está encabronada, no razona, y suele buscar quién se las pague. Ustedes son responsables de poner a la democracia en entredicho. Entiéndanlo, asúmanlo, y hagan lo que deben hacer para devolver a la democracia su potencia de beneficio y desarrollo para la mayor parte de sus gobernados.

Aquí la cosa se complica: los políticos no suelen reconocer sus fallas, y mucho menos renuncian a los beneficios que les ha acarreado su ejercicio del poder. «Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error» es un mantra de todos los políticos en México. Entonces nos queda a los ciudadanos la tarea de romper el ciclo, dado que el cambio no vendrá de los políticos. Nos toca educarnos a nosotros mismos. Organizarnos nosotros mismos. Renovar las reglas del juego democrático a nosotros mismos. Y demostrar que nuestro voto es capaz de romper la inercia partidocrática.

De entrada, pensando ya en México, propongo un primer paso, de aquí a las elecciones del 2018: deshagámonos de todos los partidos basurita, que no representan a nadie, pero que sí se adjudican jugosas cantidades de dinero en presupuestos anuales y moches. Que pierdan sus registros sin remedio. Limpiemos la boleta para quedarnos, luego, con los granders partidos, para ponerles la agenda que nos interesa como ciudadanía: empleos, productividad, economía, transparencia, sustentabilidad y ecología, impartición de justicia, castigo a la corrupción, fuero, etc. Aprovechemos el tiempo que tenemos entre el gran tropiezo de los Estados Unidos y nuestra elección. No vaya a ser que elijamos a un Trumpical para presidente, gobernador, diputado, senador… No vaya a ser que los mexicanos, con ese arrojo incendiario tan nuestro, jalemos el gatillo de la democracia.