Los pantalones cafés del presidente.

Iba en una ocasión el famoso capitán Barbaguinda, invicto pirata, terror de la corona española, mandamás del mar Caribe, la Laguna de Términos y Dos Bocas, Tabasco. A bordo de su veloz balandra “El liberal” surcaba el Golfo de México (el mar, no confundir con ninguno de sus hijos), en medio de una mañana luminosa de vientos favorables.

De repente, desde la cofa, escuchó clara la voz del vigía gritar: “¡Galeón español a estribor!” De inmediato, toda la tripulación lo miró con atención, esperando las órdenes.

Calmo como mediodía de verano, el capitán Barbaguinda desenfundó su elegante catalejo, para mirar detenidamente la embarcación que se les aproximaba.

-”¡Por Macuspana! Tenemos a estos conservadores casi encima. La batalla es inevitable, mis valientes piratas. ¡Todos a sus puestos! ¡Preparados para abordar! Grumete Marcelo: ¡tráigame mi camisa de seda roja!

-¡A sus órdenes, mi capitán! ¡Raudo y veloz!- y salió disparado al camarote del feroz corsario, para regresar en un suspiro con el avío que le habían encargado. -Aquí está, capitán: ¡Su camisa roja de seda!

-Muchas gracias, mi valeroso grumete. Ahora, ¡todos preparados! ¡Juntos haremos historia!- y dando un terrible alarido, los piratas iniciaron el ataque.

Un par de horas después, los piratas de Barbaguinda contabn su botín, y tiraban por la borda los cuerpos de los insensatos marinos españoles caídos en la sangrienta batalla. Después de poner grilletes a los sobrevivientes y hundir el galeón español, se dispusieron a seguir su travesía.

Al día siguiente, temprano por la mañana (a eso de las siete, según una arraigada costumbre), el bravo capitán Barbaguinda apareció en el puente de mando, dispuesto a continuar con la transformación que tenía en mente.

Una vez más, la voz del vigía fue escuchada en cubierta: “¡Fragata holandesa a babor!”

Nuevamente, el terrible pirata sacó su elegante catalejo, para determinar la naturaleza de la amenaza y el volumen del botín, en un solo rápido movimiento. 

-”Soy peje, pero no lagarto”-. (Barbaguinda era famoso, además, por sus agilidad mental y por un amplio repertorio de dichos populares. Además, nadie como él conocía las tabernas en todas las costas de norte y sudamérica). -”Estos canallas conservadores deben llevar riquezas de las Anitllas, pero seguro venderán cara la derrota. ¡Todos a sus puestos de combate! ¡Prepárense para abordar! Grumete Marcelo: ¡arráncate por mi camisa de seda roja!”-, gritó el azote de los consevadores.

Al poco tiempo, el eficaz grumete regresó con la camisa escarlata. Y una vez se hubo cambiado el rayo de esperanza, gritó con su bien templada voz: “¡Al ataque, mis valientes! ¡A derrotarlos moralmente!”. Nuevo aullido de guerra, nueva feroz batalla y nueva victoria pirata.

Mientras contaban las riquezas obtenidas (en la bitácora se registró que todo eran aportaciones voluntarias al movimiento, para que no se malinterpretaran las cosas), el grumete se acercó al capitán cara de sincera admiración.

-Disculpe, mi capitán- dijo Marcelo, en un murmullo.

-Habla, mi más leal sirviento…¡sirviente! Te escucho con atención.

-Quería preguntarle, capitán, por qué siempre que vamos a entrar en combate me pide que vaya por su camisa de seda roja. ¿Es acaso este avío un amuleto de la suerte, como esos detentes que siempre lleva en la bolsa?-, preguntó el correveydile del proscrito.

-Nada de eso, estimado Marcelo. En combate contra nuestros adversarios no hay lugar para supersticiones ni para abrazos. Pero sí para la comunicación social. La función de la camisa de seda roja es disimular cualquier herida que yo pudiera sufrir en combate, evitando así cualquier asomo de desánimo o temor entre mi tripulación. Así, seguros de mi imbatibilidad, mis valientes piratas arrasan con fifís, —- y machuchones.

-Eso es admirable, ¡oh, mesías tropical! Bajo su amparo seremos siempre victoriosos.

Este ejercicio de adulación y zalamería fue interrumpido por un nuevo grito del vigía: “¡Tres fragatas inglesas a babor!”

Después de la acostumbrada mirada a través de su elegante catalejo, el inefable capitán Barbaguinda se puso, en esta ocasión, bastante pálido, y de inmediato exclamó: “¡Marjelo! ¡Tráeme rápido mis pantalones cafés!”

Hasta aquí el chiste escatológico.

No pude evitar recordar este relato corrientón después de la forma en que el presidente ha perdido batallas durante los último días. Todo inició hace una semana, cuando el TRIFE sostuvo la decisión del INE de retirar las candidaturas a Félix Salgado Macedonio y Raúl Morón para las gubernaturas de Guerrero y Michoacán. Luego, al ratificar las reglas que el INE determinó para evitar, al final del proceso electoral, que haya una sobrerrepresentación tan grande y burda como la que se agenció la coalición del presidente toreando a la ley.

Luego, el INAI determinó presentar una controversia constitucional en contra del padrón de datos biométricos, que el gobierno de la autodenominada 4T quiere exigir a las compañías celulares, atentando contra el derecho a la protección de datos personales, reconocido por la mayor parte de los países.

Inmediatamente después, las encuestas que retratan los procesos electorales en los estados pintan un panorama bastante más difícil para Morena que el que se imaginaban hace apenas un par de semanas, perdiendo dramáticamente terreno en estados que, aparentemente tenía ganados, como Nuevo León, San Luis Potosí y ¡Campeche!

Y, por si esto fuera poco, todo el mundo contempló con horror el dramático desplome de un convoy de la línea 12 del metro de la Ciudad de México, construida y supuestamente cuidada por varios miembros destacados de su grupo más cercano, tales como Marcelo Ebrard (mire usted, ¡se llama igual que el grumete de la historia), Claudia Sheinbaum y Mario Delgado. Así continúa la semana horribilis de López Obrador.

Todavía hasta hace unas pocas semanas, el presidente parecía inmune a todos los ataques en su contra. Portador de una prodigiosa camisa de seda roja, lo que en otros gobiernos hubieran sido heridas profundas, para López Obrador fueron apenas unos rasguños leves. Así salió airoso de escándalos de corrupción en su familia, de las protestas feministas y hasta de las inundaciones en Tabasco.

Pero, de unos días para acá, el presidente se ve irritado, enojado, fuera de sus casillas. Pareciera que, finalmente, ha comenzado a perder el control del tablero. Lo mismo dentro de Morena, que ante la complicadísima realidad que enfrenta México, entre pandemia, violencia, narcotráfico y crisis económica. Cegado por la soberbia, determinó una larga lista de candidatos para gobernador y para diputado federal, haciendo oídos sordos a los militantes a nivel local, que hoy están dispuestos a darle la espalda ante lo que consideran una traición del movimiento.

Ayer mismo sucedió lo impensable. Durante más de dos años, el presidente López Obrador ha injuriado, impunemente, la labor de la prensa. Denostando a quien le critica, y prestándose a la ópera bufa que es la mañanera, rodéandose de lambiscones que le tiran pelotitas a modo, como en su lamentable último video beisbolero. Pero ayer, cuando le espetó a un reportero de “Reforma” que su diario había sido fundado durante el salinismo, éste le respondió que Morena había sido fundado durante el peñato, y que eso no significaba nada. Todos nos quedamos haciendo el gesto de deleite que sigue al momento en que alguien, por fin, desafía y exhibe al bully del salón.

En mala hora cambió la marea para el presidente. A menos de un mes para las elecciones está perdiendo el halo de invencibilidad del que se revistió después de su triunfo contundente del 2018. Los enanos le empiezan a crecer, y a retarlo delante de todos, en sus propios terrenos. Y, como siempre sucede, le han empezado a ganar partidas. López Obrador es un viejo lobo de mar, como el buen capitán Barbaguinda, y no se cuece al primer hervor. Una derrota en las elecciones intermedias generarán una radicalización en el político que jamás ha reconocido una derrota. ¡Vaya! ¡Jamás ha reconocido un error! 

Y, cada vez que su miedo a perder se disfraza de enojo, está invitando a que los retadores le ataquen más fuerte. Alguien debería correr por los pantalones cafés del presidente.

La importancia del árbitro.

Hace ya muchos kilos, cuando todavía me quedaba cabello por peinar, fui un jugador de fútbol más o menos decente. Como muchos mexicanos, dedicaba varias horas a la semana a patear la pelotita en compañía de otras personas, fanáticas del juego como lo era su servidor. Además de los meniscos destrozados, puedo asegurar que el fútbol me dio mucho más de lo que yo le di al deporte-poema.

En el momento cumbre de mi amateurismo pambolero, fui invitado por un amigo a enrolarme en un club de fútbol semiprofesional que tenía el pintoresco nombre de “Cobras”, de Cocula, Jalisco. Tirábamos de patadas cada domingo, con otros equipos que formaban una liga municipal. Siendo Cocula una población a medio camino entre lo rural y lo urbano, cada visita era la oportunidad de conocer un poco más de la vida en aquella querida región. Había un par de estadios municipales, con canchas de buena calidad, y varios potreros que se convertían en coliseos durante los fines de semana, con tribunas que llenaban los familiares de los jugadores, sedientas de la sangre de los contrincantes. Aquellos años que fui el carrilero derecho de “Cobras” siguen siendo un recuerdo entrañable, y una escuela de humanidad, que el día de hoy sigo agradeciendo.

Uno podría imaginarse que lo más esencial del fútbol se vive en la final de la Copa del Mundo cada cuatro años, o en la Liga de Campeones de la UEFA. O, con otra proporción pero también legítima, en las tribunas de la Liga MX, apoyando a las Chivas rayadas, la Máquina de la Cruz Azul, los Pumas de la UNAM, o al infumable América. Creo que esto es un error, pues si estos eventos generan una gran pasión, se debe al arraigo que tiene el fútbol como el juego preferido en los pueblos y las barriadas de las ciudades. Juan Villoro encontró una expresión exacta para describir el fenómeno de identificación y representación simbólica que genera el fútbol: “Los once de la tribu”, los elegidos que cargan sobre sí el honor de un puñado de familias, de un barrio, una población, una clase social. Créanme, las “tribunas” de una cancha llanera pueden ser tan o más pesadas que la de un estadio de malosos, como el Nou Camp, de León.

Recuerdo con claridad un partido que jugamos en una cancha (es un decir), que estaba literalmente colgada en la ladera de un cerrito, no muy lejos de Cocula. Para aquella temporada habíamos fichado a un excelente 2 en 1. El Padre Ramón era el joven diácono de Cocula. Así, ganábamos para el equipo el apoyo divino, junto con un delantero muy veloz que además tenía un letal remate de cabeza. Pues en aquella ocasión, los jugadores del equipo contrario (no recuerdo el nombre), quienes eran ateos o no tenían temor de Dios, se surtieron a patadas a nuestro padrecito a todo lo largo del primer tiempo, y por todo lo ancho de la cancha (es un decir).

Hasta que, después de recibir una barrida capaz de talar un árbol de guamúchiles, nuestro clérigo goleador se olvidó de la prudencia eclesial, se puso de pie de un salto, y le puso un pechazo al agresor al son de un “¡ktraispndejo!”. Acto seguido, los treinta y tantos aficionados del equipo local, en su mayoría mujeres, invadieron la cancha emitiendo unos sonidos que, aún el día de hoy, no sabría decirles si eran gritos de Valkirias, o aullidos de mariachis. Ante la embestida contraria, adoptamos la formación defensiva que todo llanero conoce, y que ha salvado la vida a tantos futbolistas amateur: espalda con espalda, puños en alto, y chin-chin al que se raje. De poca ayuda resultaban las manos consagradas de nuestro curita, así que le pedimos mejor prepararse para tirar guamazos.

Sin embargo, después de un par de minutos de lo que el célebre “Perro” Bermúdez denomina “se armó el traca-traca” (es decir, empujones, más pechazos, más gritos de señoras y más dosis de “¡ktraispndejo!”, y otras tantas de “¡lquekierasptito!”, en medio de la trifulca se alzó serena, pero firme, la figura del árbitro separando gladiadores, mandando a las señoras a las gradas, sacando un par de tarjetas rojas (una por equipo, para equilibrar), señalando un punto en el terreno y levantando la mano derecha, para indicar que el juego debía reanudarse con un tiro libre indirecto a favor nuestro.

Huelga decir que llovieron todavía otros muchos insultos, tanto para el sacrificado nazareno como para su estoica madrecita. Pero el árbitro, transfigurado en estatua de marfil, mantuvo la sanción, fruto de su interpretación del reglamento, hasta que todos, rechinando los dientes, se colocaron de nuevo en posiciones para dar continuidad al partido. Después de ese incidente, el partido concluyó en medio de una calma chicha, con un salomónico empate a 1 como resultado, y un hombre de Dios mascullando entre dientes, antes de subirse a la pick up oficial del equipo “xingoamimadresilesvengoacelebrar, hijosdesutiznadamá…” Es decir, sin incidentes qué lamentar.

A pesar de la antipatía que nos genera, el árbitro es un factor sine qua non para la realización del juego. De no haber estado el árbitro para aplicar el reglamento con claridad y firmeza, a pesar de las protestas de tirios y troyanos, el juego habría terminado aquella tarde en batalla campal. Prácticamente nadie de los que estábamos en aquella cancha conocíamos el nombre de aquel árbitro, lo que permitía que, a pesar de la calentura del momento, todos aceptáramos, en cierta medida, la imparcialidad de la decisión, aunque esta pudiera no ser del agrado de la concurrencia. Así son las reglas. Y sin reglas ni árbitro, existe el juego. Así de fácil. Más que un mal necesario, el árbitro es la garantía de que el juego podrá transcurrir sin traspasar el límite de la violencia.

Esta metáfora aplica también para nuestro orden republicano. Hace mal el presidente en calentar a la tribuna acusando al árbitro por marcarle una falta en la elaboración de su “Ley de la Industria Eléctrica”. La tarea de los jueces no es ser populares, sino interpretar las reglas del juego, contenidas en la Constitución, y sancionar lo que ellos contemplan. ¿Puede haber casos de jueces corruptos? Sí, y para eso hay una comisión que los disciplina, sanciona o suspende. Pero es muy peligroso que el jugador más fuerte, más popular sobre la cancha, diga desde el círculo central, que el árbitro está vendido. Porque no solo pone en riesgo la integridad del árbitro. También puede echar a perder el juego, con consecuencias qué lamentar.

Empujar la vaca.

Una breve historia.

Un maestro con su discípulo caminaban por la montaña. En un paraje sumamente aislado divisaron una casa, y se dirigieron a ella. Encontraron a la entrada de la misma a un hombre, evidentemente flaco por los años de carencias. Ningún animal se veía en el corral desgastado, y unas pocas plantas de hortalizas se arrastraban penosamente en un huerto casi seco. Una mujer abrazaba a un niño famélico, bajo el quicio de la puerta. El joven aprendiz miraba consternado ese dramático cuadro, cuando escucho la voz de su maestro, dirigiéndose al dueño de la casa.

«Buenas tardes, amigo. No hay muchas personas cerca con quiénes intercambiar cosas. ¿Cómo hacen para sobrevivir?», preguntó el maestro.

«Pues tenemos una vaquita, que está por allá, cerca del barranco. Todos los días la ordeño, y la mitad de la leche la vendo en un pueblo, que queda demasiado lejos de aquí, y la otra mitad la utilizamos para sacar crema y queso para nosotros», respondió el dueño de aquella casa, quien invitó a ambos visitantes un vaso de agua. Después, se despidieron cordialmente.

Antes de alejarse demasiado de la propiedad, el maestro se sentó en una roca, y se dirigió a su discípulo: «¿Viste la situación de estas personas? Ve hasta donde está la vaca, y luego tírala por el barranco?» El joven miró a su maestro con incredulidad, pero al no encontrar asomo de duda en su cara, caminó sigilosamente hasta donde estaba la vaca, y la empujó por el barranco. Por supuesto, la vaca murió al caer. Y aquel joven siguió su camino con el corazón lleno de culpa y arrepentimiento.

Un par de años después, el joven discípulo, corroído por el recuerdo de aquel día y deseoso de reparar el daño hecho a aquella pobre familia, abandonó a su maestro, y regresó a la montaña, hasta encontrar la casa perdida en el paraje aislado.

Su sorpresa fue mayúscula cuando encontró aquella casa solitaria completamente transformada. El huerto estaba lleno de plantas saludables, que se doblaban por tantos frutos. Unos cuantos árboles frutales crecían lozanos al fondo. La mujer vigilaba a un niño que ahora lucía unos cachetes colorados, mientras abrazaba un bebé rozagante. Y en el corral, había no solo una nueva vaca -con un becerrito-, sino varias gallinas y unos cuantos corderos.

Con la quijada arrastrando, el joven llegó hasta donde estaba el dueño de la casa, quien lucía ahora una curiosa barriga, y se presentó como el joven que les había visitado un par de años antes, acompañando a un viejo maestro.

«Claro que te recuerdo, muchacho», dijo sonriente el hombre.

«¿Qué pasó aquí? ¿Cómo es que todo se volvió tan próspero?», balbuceó el joven.

«Mira muchacho: sucedió que un día afortunado, la vaca que teníamos se cayó por el barranco. Y al vernos sin nada, tuvimos que intentar hacer cosas nuevas, y aprender otras habilidades. Con ello, descubrimos que podíamos mejorar nuestra situación. Y mira, ¡no vamos tan mal!», dijo con orgullo el joven granjero.

Hasta aquí la historia. Ahora hay que tratar de encontrarle relación con nuestra realidad.

Frente al dilema que nos plantea la próxima jornada electoral, por la lamentable calidad de los candidatos de todos los colores, lo peor que podemos hacer es renunciar a nuestro derecho a participar ejerciendo el voto. Quienes percibimos con preocupación la clara deriva autoritaria de este gobierno, hubiéramos querido tener una alternativa clara, atractiva, sólida, y democrática enfrente. Lamentablemente, no es así, pues los partidos opositores al eje morenista tampoco están interesados en reconocer errores y trabajar por consolidar instituciones ciudadanas que resten fuerza a los partidos y gobernantes. Esos compas ya están muertos, nomás no les han avisado, como dice la canción del Jáisenber.

Frente a este panorama desolador, tengamos muy claro que lo que está tronado es nuestro sistema de partidos (como la vaca de la historia), no la democracia. Si apreciamos los beneficios de la democracia, debemos luchar por defenderla. Es muy difícil acotar el poder, y si cedemos más terreno del que hemos perdido en estos dos años, tardaremos mucho en reconstruir lo derrumbado. ¿No me creen? Vean a Venezuela. ¡Tantas veces nos dijeron exagerados, pero cada paso del presidente y su servidumbre nos llevan en la misma dirección que aquella nación hermana!

O.K. Estamos de acuerdo (creo) en que la democracia sigue siendo una forma de gobernarnos deseable. Parafraseando a Churchill, la democracia apesta; pero no tenemos nada mejor con qué reemplazarla hasta ahora.

¿Votar por los candidatos de Morena? Si usted quiere seguir dándole la oportunidad a este ¿partido? porque todavía cree que algo bueno puede salir de este gobierno, le recomiendo que vote por el candidato a gobernador, o hasta por su presidente municipal. Si esa agrupación política merece una oportunidad, se la debe ganar en el nivel más cercano a las necesidades más verdaderas: las tuyas y las mías. Pero de ninguna manera recomiendo votar por sus candidatos a legisladores. Esto es nuevo, y es importante. Si podemos organizarnos para empujar el voto para plantarle un contrapeso a la voluntad hoy todopoderosa de AMLO, debemos, por primera vez en la historia moderna de nuestro país, concentrarnos en la importancia del legislativo para ello. Para detener la deriva autoritaria, hay que quitarle la mayoría calificada a Morena en la cámara de diputados, y evitar que se haga del control de las legislaturas estatales.

¿Esto quiere decir resignarnos a sostener a partidos escleróticos, comodinos y deseoso de, en un descuido, hacerse de todo el poder que López Obrador ha concentrado en la figura presidencial? De ninguna manera.

Nuestra tarea, y tenemos muy poco tiempo para llevarla a cabo, es hacer visible nuestra voluntad de querer el cambio en el sistema de partidos, y obligarlos a adoptar nuestra agenda. Madurar como ciudadanos, dejar atrás la infancia democrática para hacer valer nuestro interés. 

Temas que debemos exigir a los representantes que nos imponen los partidos de oposición a Morena:

  • Un plan claro para terminar con la creciente inseguridad, que claramente ponga un plazo final a la militarización de los cuerpos de seguridad;
  • Un plan económico de recuperación que integre estímulos fiscales y apoyo a pequeñas y medianas empresas, que son las que más empleos generan en el país;
  • Avances reales en la agenda de género: fin a la violencia contra las mujeres, equidad de género en oportunidades y remuneración, reapertura de estancias infantiles y refugios, y poner sobre la mesa, con seriedad y voluntad, el derecho a decidir;
  • Exigir una política energética que honre los acuerdos que México ha firmado, comprometido en la construcción de una economía sustentable, basada cada vez más en energías limpias y renovables. Fin a la política de energías fósiles, por el futuro de nuestros hijos;
  • Rescate de los órganos autónomos que tienen el mandato de supervisar a los poderes. El rumbo que teníamos no era erróneo, y si había que corregir excesos y corrupción, concentrarse en ello. La tendencia democrática es acotar el poder, no concentrarlo, como lo ha hecho la 4T.

Para ello, debemos dejar la comodidad de la queja en redes sociales, para acercarnos a los vecinos, identificar a los candidatos, y contactarlos para sentarlos en nuestras colonias, en nuestras casas, o al menos en nuestras reuniones de zoom, a escuchar nuestras exigencias.

Finalmente, dos tareas más: 

  • Elijamos un partido de relleno (o dos) y propongámonos trabajar porque pierdan su registro. Todos los partidos lucran a partir de su registro, pero se esmeran por eludir la tarea de representación. Pero los partidos rémora son especialmente perjudiciales, pues representan intereses corporativos que se ponen al servicio de los partidos más grandes, sin convicciones ni preferencias (PVEM y PES), para apoyar sus campañas. Elijamos uno, y hagamos campaña para que nadie vote por él (yo propongo el PES, y desde ahí podemos seguirnos con los demás, una elección a la vez). Si además de promover -razonadamente- una acción de este tipo, la hacemos visible, la volvemos tendencia, los partidos políticos tendrán una probadita de lo que haremos los ciudadanos con diálogo, intención y organización.
  • Promovamos el voto. Lecciones desde Caracas: la mucha queja, el juicio del otro, no gana elecciones. El partido en el poder siempre tiene la ventaja del manejo del presupuesto, que pone a su disposición la generación de clientelas electorales. Para contrarrestar esta notable ventaja, se tiene que generar un tsunami de votos, similar al que puso a la mafia morenista en el poder.

En conclusión, si queremos que este país tome un rumbo distinto al que López Obrador ha marcado (y sabemos que no va a cambiar si no tiene contrapesos enfrente), tenemos que salir de nuestra comodidad para convencer a nuestro metro cuadrado sobre la importancia que tiene la próxima elección. No echemos la experiencia de estos útlimos dos años en saco roto.

El control de la pandemia: el único tema.

Cualquiera nos podemos contagiar, pero a sabiendas de las posiciones ambiguas de este científico renegado, y su comportamiento en las playas de Zipolite, a mí lo que me genera es la certeza de que quien nos debía llevar a puerto seguro en medio de la tormenta, cayó por covidiota.

Todos los días caemos redonditos en la estrategia del presidente Andrés Manuel López Obrador. Pocas personas creen todavía el cuento infantil de que las mañaneras son un ejercicio de comunicación circular, pues es el presidente jamás ha enfrentado una pregunta incómoda. Ni una sola. Hoy es claro que cuando surge algún tema que contradice la imagen de su gobierno, evade la pregunta, da clases de historia (de secundaria) o se lanza con todo contra los medios que considera conservadores, fifís, adversarios, o todo a la vez. De esta manera, hemos vivido ya once meses de confinamiento a causa de un manejo desastroso de la pandemia por COVID-19, sin que en ningún momento se haya podido siquiera considerar un cambio de estrategia.

Y este debería ser el tema principal de la agenda pública: la solución de la pandemia. El día de ayer llegamos a la cifra simbólica de 180 mil fallecidos, según las cifras oficiales. En julio del año pasado, con la misma soberbia con la que sigue enfrentando la tragedia, Hugo López Gatell (nuestro zar antipandemia… ¡nos alcanzó nuestra revolución de octubre!) anunció que el total de muertes esperadas por esta pandemia serían de 30 mil fallecidos, y en un escenario muy catastrófico, 60 mil muertes. Bueno, llegamos a 3 escenarios catastróficos, conscientes de que el subregistro nos proyecta a un número entre las 360 mil y 450 mil muertes. Una tragedia que sólo conocieron aquellos de nuestros viejos que vivieron la Revolución Mexicana, por allá de 1910.

Si desde el principio de la pandemia la estrategia del gobierno federal fue sentarse a esperar la «inmunidad de rebaño», culpando a los muertos de su trágica suerte, el día de hoy, después de tantas historias truncas, uno esperaría al menos un poco de empatía de parte de nuestras autoridades. El sábado pasado, el mismísimo López Gatell anunció estar contagiado de esta enfermedad. Como el presidente, su privilegio le permitirá supervisión, oxígeno, atención y hasta tratamientos experimentales. Suerte que no tienen la mayoría de los contagiados en este país. Cualquiera nos podemos contagiar, pero a sabiendas de las posiciones ambiguas de este científico renegado, y su comportamiento en las playas de Zipolite, a mí lo que me genera es la certeza de que quien nos debía llevar a puerto seguro en medio de la tormenta, cayó por covidiota.

El destino quiso que mi confinamiento por COVID estuviera completamente sincronizado con el del presidente de México. Cruel coincidencia. Una vez que fui dado de alta, experimento un estado de ánimo permanente: un temor profundo a contagiar a las personas con las que tengo contacto y, especialmente, a mi familia. He conseguido nuevos cubrebocas, y cuando voy al súper procuro usar el doble cubrebocas. Sí, por mi propia protección (no quiero ser un caso de recontagio), pero también para proteger a los demás. Mi cuarentena la viví solo en una casa prestada, y recuerdo la angustia que experimenté al recibir un encargo de medicamentos, ante la posibilidad de contagiar a un repartidor quien, seguramente, no tendría la misma facilidad que yo para dejar de ir al trabajo durante dos semanas. Por su parte, el presidente solo pudo exasperarse ante la pregunta de si iba a usar el cubrebocas. Para alguien que ha centrado su proyecto en sí mismo, la empatía es solo una palabra rimbombante. Una tragedia.

Y esto porque, aparejada al temor de perder la vida ante este cruel virus, está la profunda crisis económica en la que se encuentra todo el país, con la misma falta de empatía del presidente de la república. Mientras la mayor parte de los países dedicaron una parte considerable de sus presupuestos a apoyar a la población y cuidar los empleos, el presidente de México, con crueldad neroniana, se dedicó a ver el desplome económico del país, mientras nos cantaba canciones de corrupción, soberanía eléctrica y aeropuertos disfuncionales. Como mi repartidor de medicinas, la mayor parte de los mexicanos no pueden seguir encerrados sin arriesgarse a morir de hambre, literalmente.

Por esto, debemos dejar de caer en el juego del presidente, y regresarlo todos los días a una sola exigencia: una estrategia pública, viable y eficaz para disminuir el número de muertes y contagios en el país. De eso depende todo lo demás, pues la reactivación de la economía requiere de la posibilidad de regresar a escuelas y espacios de trabajo con seguridad, sin el temor permanente de ser parte de las trágicas estadísticas que se recitan en el pregón vespertina.

Ha iniciado, supuestamente, la etapa de la vacunación masiva. Exijamos, todos los días, la compra de vacunas y su aplicación de la manera más eficaz. Y cuando el presidente intente distraernos, regresemos a este tema fundamental. Y cuando el presidente nos dedique un «Ya chole», sigamos. El presidente, y su gobierno, está para atender las necesidades de los ciudadanos. No al revés.

Un idiota suicida.

ARCHIVO CONFIDENCIAL– Viene purga de AMLO de jefes militares
Foto: ehui.com

Los antiguos griegos utilizaron la palabra «idiota» para describir a aquellas personas que, sujetas a un egoísmo profundo, eran incapaces de interesarse y participar en los asuntos públicos. Con el paso del tiempo, el vocablo se ha transformado para referirnos a ignorantes, incapaces o carentes de educación. Esta palabra me resulta muy útil, a todo lo largo de su recorrido etimológico, para definir al presidente López Obrador. Tanto sus acciones como sus palabras a lo largo de la cruel pandemia que sufrimos lo muestran como un narcisista ocupado solo de su popularidad y sus réditos políticos, ignorante o -lo que es peor- criminalmente irresponsable, día tras día anuncia la victoria frente al virus y abre un hombre de paja nuevo para tratar de adueñarse de la conversación pública.

En su desesperada carrera por no perder el control de la narrativa ha perpetrado -para beneplácito de los historiadores del presente y el futuro- una larga lista de idioteces que, lamentablemente, son aplaudidas por una sólida base de homónimos suyos que han renunciado gozosamente a cualquier calistenia neuronal para adherirse religiosamente al culto del virrey que se pasea en cueros del Zócalo a la Alameda Central. (Es metáfora, zafios. Ya los leo señalándome que a duras penas se mueve para macanear, el prócer…). Algunos ejemplos son la célebre «Rifa – no rifa del avión- no avión», las cartas solicitando a monarcas europeos que se disculpen por los excesos de nuestros antepasados, la tecnología trapiche y los amoríos de don Benito Juárez con la esposa de Porifirio Díaz. N’hombre, ¡un genio!, como diría un clásico de cuyo nombre no quiero acordarme.

«Stupid is as stupid does», como decía el gran Forrest Gump. Una clase de idiota completamente distinto.

Fotograma: Forrest Gump (1994)

El problema es que en el repertorio del presidente hay idioteces que no son inocentes, sino peligrosas y suicidas. No me voy a referir en este momento al manejo de la pandemia, que en tiempos menos polarizados será juzgado como crimen de lesa humanidad. Me refiero a la combinación de dos de las transformaciones más profundas que ha impulsado nuestro Gandhi de Macuspana: el debilitamiento del gobierno y la militarización del país.

Bajo la premisa -idiota- de la austeridad republicana, López Obrador ha debilitado a secretarías de gobierno, instituciones del Estado, universidades públicas, a la promoción de la cultura y al aparato de investigación científica del país. La política -idiota- de que «nadie puede ganar más que el presidente» ha tenido como consecuencia una sangría lamentable de talento, pues muchos burócratas de carrera han optado por aprovechar su experiencia en el sector privado. Aunque el aparato de propaganda de la autodenominada 4T no lo quiera reconocer, el gobierno de hoy es todavía más débil que el de la larga noche neoliberal. Nos amaneció nublado, pues.

Pero a esto hay que sumarle la idiotez más peligrosa de todas, que es la militarización del gobierno. Después de la exoneración «fas tras» del General Cienfuegos por parte de la fiscalía autónoma de Gertz – Manero (es un decir), muchos lopezobradoristas de Polanco, finalmente, se quedaron con un palmo de narices. La revolución de la esperanza viene toda verde olivo para esta primavera. Hoy, los militares construyen aeropuertos y trenes, administran puertos y aduanas, se encargan de la seguridad pública, reparten vacunas y, en un descuido se ponen a pintar las bardas para las campañas de los diputados de Morena.

Todo es jajajá hasta que empieza a pensar uno en el escenario de una presidencia unipersonal, como la de Obrador, desgastada por la combinación de golpes pandemia-crisis económica. El presidente ha decidido ser el alfa y omega de todo lo que pasa hoy en el país. Y sin fusibles entre las ineludibles crisis de gobierno y él, la cosa se puede poner muy fea si la curva de muertos y desempleados sigue sin aplanarse durante todo el 2021. Imagine un escenario de un gobierno debilitado porque el merolico en jefe perdió el «punch», y la única institución eficiente, que además ha salido a tapar todos los baches de la república, es el ejército. Imagine un escenario en el que las masas consideran que estos no eran tan diferentes a los anteriores, y que sólo los militares hacen bien su trabajo.

Idiota y suicida. Uno que nos puede suicidar a todos.

¡Gulp!

Toma todo.

El proceso para la elección de la dirigencia nacional de Morena es una tragedia interpretada con el guión de una comedia de enredos. Los protagonistas se dan hasta con las sillas (literalmente), el presidente se mantiene al margen pero indica que se haga una encuesta, el Tribunal Electoral lo acepta a lo tonto y le manda la papa caliente al IFE. Surgen candidatos de corazón desinteresado de debajo de las piedras, que luego se inconforman cuando descubren que tener seguidores en Twitter no es lo mismo que ser el favorito de las masas. En la emisión de esta semana, vimos cómo se filtró un proyecto del Tribunal Electoral, convertido en bufón nacional, proponía cancelar el proceso que antes ordenaron, pero, descubierta la maniobra, reculó sin elegancia, y dijo que serenos morenos, y van con su encuesta, que al cabo que la pidió el presidente.

Todo esto sería muy divertido si no tuviéramos que responder la pregunta fundamental de la política: ¿quién gana con este desmorene? Porque aunque este desorden no necesariamente sea manifestación de una maniobra planeada, siempre (¡SIEMPRE!) hay alguien buscando sacar beneficio, tanto del orden como del caos que, en este caso, es de proporciones antediluvianas.

¿Gana la oposición con este desorden? No. Ni en pensamiento, palabra, obra ni omisión. Además de haber sido atropellados por la danza de la morena en 2018, contra toda «lógica», el nuevo partidote del presidente sigue ganando puntos en las preferencias de cara a la elección intermedia de 2021. Sombrío panorama, porque quiere decir que el «pueblo bueno» (whatever that means) votará por cualquier esperpento que logre una candidatura guinda al congreso, alcaldía o gubernatura, así hayan surgido del método de la «encuesta digital» que le gusta al presidente (lo que diga mi dedito).

En realidad, quien gana todas las canicas, una vez más, con el desorden morenista, es el presidente López. A muchos les causa extrañeza la inacción de éste al ver el caos en su partido, porque imaginan que en las matemáticas obradoristas (es una metáfora) requieren el apoyo de un partido para llevar a cabo su proyecto de regeneración nacional (mismo que al día de hoy se reduce a un pasquín). Es importante asumir que López no puede sacar cuentas, pero es un gran calculador. Cometemos un error grave cuando queremos interpretar las acciones de gobierno de AMLO (todos los derechos reservados) bajo la lógica de las reglas democráticas, cuando todos los días nos manda claras señales de que para él, el pueblo está hasta por encima de la democracia. Y el pueblo es él.

Las facciones en disputa por Morena no están pensando en el futuro del partido, ni en el servicio a la nación. Es evidente que apuestan a la sucesión presidencial, mientras el líder supremo piensa, exactamente, en lo contrario. López, a lo largo de su carrera política, ha sido el gran cosechador del caos. Lo siembra, lo promueve y se queda con los mayores dividendos. Su llegada a la silla presidencial se funda en una notable capacidad de empujar grupos y organizaciones hacia el caos, para tirar al niño de la democracia junto con las aguas sucias del sistema de partidos.

El caos en Morena profundiza la decepción ciudadana en la alternativa partidista, mientras que el presidente pinta su raya. Al permitir que las tribus-no tribus morenistas se destrocen en público, neutraliza cualquier figura al interior de su propio partido que pudiese construir imagen y discurso de cara a la sucesión de 2024. La oposición está moralmente derrotada, y Morena no es opción. Así, López queda como la única figura disponible para dirigir los destinos de la patria.

Si algo hemos aprendido en estos dos años, es que López hace lo que dice. En medio del caos morenista, no hay ni un político, ni un secretario de estado cuya voz se aproxime siquiera al volumen del merolico madrugador. Y López dice con demasiada frecuencia que es un demócrata, y que él se irá «a menos que el pueblo le pida que se quede». Demasiada explicación de un tema que es tabú en México. Ahí están los avisos. Si Morena se destroza por las ambiciones de la sucesión, López Obrador sienta las bases de todo lo contrario: su permanencia en la silla del águila. La perinola con la que AMLO decide todas sus acciones tiene una sola leyenda en todas sus caras: toma todo.

Quien tenga oídos para oir, que oiga.