Carta a Pedro.

«Bendito el que viene en el nombre del Señor» (Mc . 11, 1-10)

Encuentro en mi mente y corazón más de cincuenta razones para no alegrarme con tu visita a nuestra tierra. Me resulta ofensiva la forma como una minoría política se ha decidido a sacar raja política de tu visita pastoral. Y, ya sin restos de la cómoda ingenuidad juvenil, también me incomoda saber que no hay visita pastoral sin agenda política. El silencio frente a quienes decidieron que no podían quedarse callados ante los abusos sexuales cometidos por clérigos; la preocupación superior de influir en las leyes del país antes que revisar la capacidad de nuestra Iglesia de acercarse al corazón y necesidades de sus miembros. En fin, que a ratos siento que podría sumarme sin empacho a los cientos (¿miles?) que vociferan contra tu presencia ahí, donde la vida no vale nada, según escribió uno de nuestros más queridos poetas.

Y, sin embargo, no deja de sorprenderme el impacto que tu visita ha generado en el corazón de tanta gente sencilla. He recordado con fuerza las palabras de Pedro Trigo en Caracas, quien nos decía con vehemencia que es la religión popular (no confundir con la religiosidad popular) la que mantiene viva a la comunidad de los creyentes. ¡Son tantos los que han intentado cambiar en algo su vida, para recibirte así, pobres de espíritu y limpios de corazón.

Hoy por la mañana escuché una entrevista a una señora mayor. Apenas un tintineo en medio del feroz torrente de información que nos recetarán los medios de comunicación durante tu estancia en León. A la pregunta de la reportera «¿qué le pidió usted al Papa?», esta mujer (o el Espíritu de Jesús por su boca) respondió:

– Le he pedido al Papa que rece mucho por nuestro pueblo, que necesita tanto la paz. Que rece por nosotros, como nosotros hemos estado rezando por él».

Es probable que esta mujer no lo sepa, pero su respuesta dio en el clavo. Tu visita a nuestro país, ante todo, deberá ser motivo de comunión. Así, como lo dijo esta mujer: desde la reciprocidad, desde la misma dignidad de hijos de Dios. Eres vicario de Cristo para garantizar la comunión entre las comunidades que, con aciertos y errores, siguen empeñadas en hacer de este mundo un lugar de paz.

Así que, además de cumplir con la agenda que seguramente otros te han organizado… Además de transmitir las prioridades de tu pontificado en los diferentes discursos aún por pronunciar… Además de convivir con tanta gente que te usará para promover su propia imagen en estos tiempos aciagos previos a la elección presidencial… No te olvides de rezar por nosotros, así como nosotros hemos estado rezando por ti.