Fugacidad

I.
Te sueño en la vigilia
de mil y una noches
de inconclusas fantasías,
y te contemplo atravesando
justo por en medio
los heráldicos escudos
de los grandes héroes
de la antigüedad.
Mitología de tantos que,
como yo,
velan con los ojos cerrados
sólo para verte.
 
            II.
Esta tarde vestirme
es calzarme la armadura
de un Quijote de
imposibles epopeyas,
que enfrenta sus molinos
montado en el magro rocín
de una compartida locura.
 
¡En pie!
Que la hora ha llegado
de presentar la cara al destino,
hombro a hombro,
con una partida de valientes.
 
¡En pie!
Los Gladiadores enfilan
con rostros silenciosos   
y ceños fruncidos
a la arena donde ansían
dejar viva su propia muerte
en el recuerdo de una
nueva Roma de mil rostros,
fieros, enloquecidos.
Más soberbia,
más borracha,
más despiadada.
 
 
¡En pie!
Pues siempre he deseado
estar justo aquí.
Y aunque ahora, justo ahora,
se me atragante
la maldita incertidumbre,
-la perenne conciencia
de no saber si llegarás-,
cada paso que me
acerca a la batalla
enciende mil fuegos
en mi alma.
Pues siempre he deseado
estar justo aquí.
 
            III.
Cuerpo a cuerpo
se lucha en el verde prado.
Cuerpo a cuerpo
se doblan, exánimes,
las voluntades derrotadas.
Compartimos la vehemencia
de vivir juntos y en dos partes
la pasión de tu deseo
que devuelve la fuerza
al corazón.
(Algunos de nosotros
la llamamos amor).
 
Aunque en la lluvia
mueran las esperanzas
¡No he de bajar los brazos!
¡No ahora, no aquí!
Porque aunque contemple
veintiún historias
que acaban sofocadas
a la vuelta de un reloj,
la mía tiene aún
un tiempo más.
Y no ha de terminar,
no aquí, no así…
todavía un hálito de vida
más.
 
            IV.
He bebido de mi propia sangre
tan solo para seguir sangrando.
Creo con obstinación
porque necesito seguir creyendo,
y he llegado exhausto
a la hora y el lugar exactos.
 
He visto a la cara mi destino
y me he mofado de sus
pálidas facciones,
muerte de una tarde de héroes,
vida de un puñado
de locos enamorados.
Célebres historias
que no se han de recordar.
 
Y fui yo,
elegido por el dedo de tu azar
para abrir, interminables,
mis brazos y estrecharte,
siempre sin abarcarte,
y gritar tu nombre
que sabe a rabia y alegría,
profano y sagrado,
tremendo e insignificante
a la vez,
y fundirme contigo
en el embriagado abrazo
de un éxtasis total.
Instante fugaz.
Yo, tu creador,
sujeto a tu inflexible voluntad.
Yo, el esclavo
que volverá a morir
de nuevo un millón de veces
por noventa,
tan solo por tenerte
un fugaz instante más.
 
(ppbustamante)

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