El principio de saladez

En México se le dice "salada" a aquella persona que tiene muy mala suerte en lo personal, o que es capaz de arrastrar dentro de una racha de infortunios a aquéllos que le son más cercanos. Por ejemplo, el ex-presichente Fox estaba a punto de firmar un amplio acuerdo migratorio con George W. Bush en 2001, cuando a unos talibanes se les antojó hacer un apresurado trabajo de demolición en el World Trade Center de Nueva York. El presidente-vaquero (el de Estados Unidos… Fox era presidente-ranchero, a lo mexicano) cambió de golpe sus prioridades y mandó a la congeladora el acuerdo migratorio. ¡Qué salado era Fox! Es el mismo caso de cierto cirquero venido a menos, que conservaba como única atracción en su circo a un grupo de simpáticos enanos. Hasta que cierto día, a estos les dio por crecer y perdieron toda su gracia. Se acabó el circo, y la responsabilidad fue totalmente de aquel saladísimo empresario del entretenimiento.
Yo empecé a sospechar de mi propio sabor a charalito de Janitzio desde muy temprana edad. Nunca fui un niño muy callejero, así que la mayor parte de mis tardes las dedicaba a ver en la tele algunas caricaturas que hoy en día son objeto de culto para los círculos de "meatorénlos80s", como "Los Superamigos". Pues resulta que una tarde, al regresar de una clase de inglés (que era uno de los dos motivos que mis padres consideraban válidos para abrirme la puerta… el otro era ir por las tortillas), sale a mi encuentro mi hermano con una sonrisa de oreja a oreja, y me dice: "¡Ni sabes! ¡Hoy en los superamigos Linterna Verde y Supermán se fusionaron en un sólo superhéroe, dando lugar a un semidiostodopoderoso que de un sólo estorunudo salvaron al mundo, patearon el trasero de todos los supermalandrines juntos y estaban en casa para la cena!" Yo abrí los ojos como dos platos. Pero no me hice mucha mala sangre, pues yo sabía que en el canal 5 las caricaturas las repetían al menos durante un lustro, así que habría oportunidad de ver el episodio. Veinticinco años después (o sea 5 lustros) no he podido ver el dichoso capítulo. Si mi hermano no me mintió o se inventó una trama tan emocionante, eso quiere decir que estoy más salado que un bacalao. Pero, en lo televisivo, el principio también corre en sentido contrario: cada vez que encuentro un tiempecito para sentarme a ver "Los Simpson", no importa qué canal sintonice: siempre dan el episodio en que Maggie Simpson mata al Sr. Burns. No es que dicho episodio no me parezca divertido… pero me gustaría saber qué ha pasado durante las otras 15 temporadas.
Sin embargo, mi esencia de chamoy salado resplandece como el sol de mediodía cuando se relaciona con una de mis más bajas y febriles pasiones: el fut bol. Durante mi no muy lejana juventud jugué en varias ligas escolares: en todos mis equipos sentí la emoción de ser el "ya merito", pero nunca formé parte del "campeonísimo". En mi preparatoria toqué la gloria con la yema de los dedos, pero como está escrito en mi destino con letras de fuego, seguro que en ese momento llevaba los dedos embarrados de mantequilla, porque la gloria se me resbaló y yo caí despatarrado. Jugábamos la final del EDEPREM (torneo nacional de prepas maristas) con la Prepa Zuno contra Celaya. Yo sabía que teníamos equipo para ganar. Pero mi equipo sabía que un campeonato hay que festejarlo antes de ganarlo, no vaya a ser el diablo… Así que la noche anterior a la final, 11 de los 10 jugadores se acomodaron una borrachera de proporciones bíblicas. Al día siguiente, el equipo era una masa amorfa de adolescentes con resaca, que vomitaba sincronizadamente alrededor del minuto 15 del primer tiempo. Dos hechos me transmitieron la certeza de mi responsabilidad en aquella derrota. El primero, haberle dado un pase al "excelso" "Pato" de la Torre (que ya jugaba en el Tapatío, de segunda división) para que él fallara un gol que yo tenía hecho. Y el segundo, que la noche anterior nadie me había podido localizar para invitarme a la borrachera. Así que me quedé como el perro de las dos tortas: sin trofeo de campeón y sin festejo-de-consolación-por-adelantado…
Hace seis años salía con un grupo de compañeros hacia Colombia. Por esos días, el equipo de todas mis penas al que quiero con amor filial, el Atlético Morelia, había llegado a la liguilla por el título del futbol mexicano vía repechaje. O sea, medio de chiripa. Sin embargo, antes de abordar el avión que nos llevaría a Bogotá, yo sentí cómo el oráculo de Delfos tomaba posesión de mí y me impelía a decir una profecía: "Ya lo verán. Este año, el Morelia va a ser campeón por la simple y sencilla razón de que no voy a estar aquí para festejarlo". La profecía se cumplió puntualmente. Estando en Colombia, no pude ver ninguno de los juegos de aquella heróica liguilla, y en consecuencia, el Morelia jugó como nunca para derrotar en la final al feroz Toluca en series de penaltis. A partir de ahí, el principio de saladez tuvo palabras: ningún equipo por el cual sienta yo cierta simpatía se coronará campeón mientras yo me encuentre presente en un radio de mil kilómetros a la redonda del lugar donde se juegue el partido. Y, en efecto, después de eso el Morelia jugó otras dos finales, que yo vi por televisión con todo lo necesario para salir corriendo a la Madero para el festejo y los excesos. Huelga decir que las dos las perdimos tristemente.
El otro equipo de mis amores, pero que me ha dado más satisfacciones, es el Guadalajara. Ayer no pude ver el partido contra el indescriptible Toluca del "Tolo" Gallego. Pero cuando regresaba apresuradamente a casa para ver el resultado por internet, yo ya sabía qué había sucedido. Chivas era campeón gracias a una ley de la naturaleza tan sólida como la de la gravitación universal de Sir Isaac Newton: el principio de saladez. Es una pena que mi descubrimiento sea de tan corto alcance, pues dudo que algún día pueda ser candidato al premio Nobel por mi principio de saladez. ¡Hasta en eso estoy salado!
Me da mucho gusto que las Chivas Rayadas del Guadalajara se hayan coronado después de nueve años y medio. Y me siento muy satisfecho, pues yo sé que el papel que jugué en el partido de ayer fue mucho más trascendente que el que jugaron el "Bofo" Bautista o San Oswaldo Sánchez. Aficionadas y aficionados que ayer festejaron hasta el paroxismo en la Minerva: el campeonato me lo deben a mí, que estoy en Caracas y no en Guadalajara. Así que espero que el próximo sábado, cuando llegue al aeropuerto tapatío, Jorge Vergara ya me tenga listo el turibús. Y tampoco me sentiría muy mal si la multitud que recibió ayer al Rebaño Sagrado en las calles de Guadalajara, saliera a ofrecerme el reconocimiento que me merezco en la consecución de la décimoprimer estrella para el club más querido de México.
 
P.D. No lo van a creer… pero cuando había acabado de escribir esta nota, toqué una tecla que no debía, y se me borró completito. Esta es la segunda versión. ¡La saladez es mi sino!
 

2 comentarios en “El principio de saladez

  1. Sumese el encotrar estos relatos por parte de un concido. Quien se encargará también de dibulgarlo en cada oportunidad!!!Saludos Maza!
     

  2. ¿Anloz? Obviamente eres alguien conocido. Gracias por el comentario. Ojalá dejaras algún otro dato para saber a quién atribuirle después la propaganda indeseada. Estos recados anónimos también le suman al principio de saladez, cómo no…

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