Héctor, Lulú… y Pao

Héctor, Lulú, Pao… y yo
Héctor suele ser mi hermano
y yo suelo ser el suyo.
Le conozco un poco
pero bien,
pues sé de un buen corazón
que suele palpitar,
noblemente,
con sueños de justicia
en su pecho de marfil.
Hablan sus manos con
más habilidad que su boca
y son sus trazos seguros
reflejos de un mundo
que él todavía espera
puede nacer,
o, al menos,
ser filmado por algún
valiente cineasta
aún por conocer.
Lulú suele ser su novia
y, supongo,
suelo ser su cuñado.
La conozco un poco pero bien
pues sé de la ternura
que tiene por pies
y la encaminan
a un jardín de infantes
cuyo horario de salida
no está muy bien determinado
pues depende de alguna
mamá o algún papá,
que tardarán algún rato
todavía, en llegar.
Mientras tanto
ella hace las veces
de manta, de abrazo,
de cuchara, de telón,
de amor y de alegría,
de compañía
y de familia.
Me gusta verlos juntos
a Héctor y Lulú,
tan distintos
pero no distantes,
y su serena compañía
es invitación
a un brindis discreto
casi en secreto
por los amores sosegados.
Paola suele ser bebé
y yo no sé qué suelo ser
ante el misterio
de su nueva oportunidad
para el amor.
De la basura y de las ratas
Paola salió victoriosa un día
tal vez no tan bueno.
Pero fue bueno
a final de cuentas.
Porque paciente en su cunita
esperó y esperó
por Héctor y Lulú.
Hasta que por fin
sus ojitos gritaron
de alegría
cuando Héctor y Lulú
la abrazaron por primera vez.
Su naricita
está en reparación,
pero su corazón tiene
para dar y regalar.
Héctor y Lulú no lo saben
pero son ellos quienes
ganan más siempre
que Paola les dedica
una sonrisa desbirijijada.
(No sé qué significa eso
pero tan alegre como suena
así son sus sonrisas).
Héctor y Lulú no lo saben
pero aunque su historia
con Paola
puede no terminar
como una buena película
de amor,
ellos ya tomaron el lugar
que Paola esperaba
desde antes de nacer
en su corazón.
Lulú, Héctor y Paola
son una fogatita en mi corazón.
Y yo suelo ser
uno que sonríe en silencio
como siempre
ante los milagros del amor.

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